Cuando obtuvo el triunfo electoral en 2018, uno de los mensajes del actual Presidente de la República que más llamaron la atención, fue el relativo a que buscaría la “moralización de la vida pública nacional”. Al hablar del tema, resumió: “transformar es moralizar”.El pasado 22 de junio, en su conferencia matutina, a pregunta expresa sobre cuál recomendación daría a la persona que sea su sucesora, respondió: “Yo más que nada que continuara moralizando la vida pública…”¿Qué significa eso? ¿Cuál es el contenido específico con el que el Presidente y su equipo de trabajo llenan esa categoría inmensa y de suyo, inasible, de “moralizar” a una sociedad? Si viviésemos en un Estado teológico, la cuestión sería relativamente clara, pues la alusión sería directa al conjunto de principios establecidos en el código religioso del que se tratara.Pero en México estamos en un Estado Constitucional, en el que tenemos tres supuestos fundamentales: pluriculturalidad nacional; un carácter pluriétnico y lingüístico; un pluralismo político implícito en los derechos a la libertad de asociación y reunión, creencias, pensamiento y expresión.Desde esta perspectiva, el mensaje que emite el Ejecutivo Federal resulta a todas luces ambiguo, porque la única manera de “moralizarnos” sería avanzar hacia la consolidación de un Estado social de derecho. Y el primer paso para ello es tomar a la Constitución como el piso inamovible de actuación para todas y todos los servidores públicos.De este modo, hay una contradicción evidente entre las reiteradas afirmaciones presidenciales respecto de que la ley no necesariamente es justa y por lo tanto, puede no ser obedecida -un falso dilema a todas luces-; y el permanente llamado a moralizar a la nación; porque una tarea así implicaría imponer una visión de una sola moral pública, idea propia de regímenes autoritarios.No hay forma de construir una democracia de raíces sólidas sin una pedagogía democrática ejercida diariamente desde el poder, con discursos, pero también con hechos palpables. Y por ello preocupa que, lejos de haber avanzado hacia un proceso de mayor entendimiento nacional, se ha profundizado de manera innecesaria en la polarización, lo cual resulta contrario al interés general de la nación.Por su parte, el modelo de alianza de los partidos políticos está enfrentando su límite. Las contradicciones internas y la ausencia de plataformas ideológicas y programáticas serias en cada uno de ellos, los ha convertido en meros agentes de confrontación de todo lo que hace el Presidente -para bien y para mal- y su partido-movimiento.El tono de la disputa en México está reduciéndose cada vez más a una cuestión de meras estrategias electorales; aunado a la renuncia de la construcción de argumentos razonables respecto del curso de desarrollo del país. Con ello, toda la propaganda y diseño de mensajes se orienta a la emocionalidad y a los sentimientos más extendidos entre la población; degradando a la política en tanto ejercicio de inteligencia que resuelve las diferencias mediante ejercicios de tolerancia y respeto mutuo.Preocupa ver que las estrategias mediáticas de todos los bandos están dirigidas a la exposición vulgarizada y degradante de las y los contrincantes. Se ataca con base en mensajes discriminantes y se llega al exceso inaceptable de agredir a niñas y niños, se amenaza con revelar supuestas imágenes de desnudos y se hacen públicas, a diestra y siniestra, grabaciones que a todas luces son obtenidas de manera ilegal.Al Presidente le quedan poco más de dos años en el cargo. Y debe aprovecharlos al máximo para reconciliar al país. Para mesurar su discurso y llamar al diálogo fructífero para resolver los problemas históricos, pero también los que surgen a diario y que se están multiplicando aceleradamente sin respuestas oportunas.Habría pues que hacer eco del llamado del Presidente a moralizar nuestra vida pública, pero enfatizando que su significado no puede ser otro sino cumplir cabalmente los mandatos de nuestra Carta Magna; si lo logramos, seremos sin duda el país de bienestar, justicia y derechos humanos que todas y todos anhelamos.