Una farsa -acción realizada para fingir- fue la elección del domingo en Nicaragua.Daniel Ortega convocó a una elección, donde no había nada que elegir. Los siete candidatos de la oposición estaban detenidos o en arresto domiciliario ‘bajo investigación’ acusados de delitos.Los periodistas fueron ‘eliminados’. Cinco están encarcelados, por supuestamente atentar contra el Estado, y 80 están en el exilio, desde donde nada pueden hacer, solamente elevar la voz, pero sin repercusiones al interior de Nicaragua porque no hay medios donde puedan difundir sus puntos de vista.La población está aislada, sin manera de expresar sus puntos de vista, ya que reuniones de más de 200 personas no se pueden realizar, aprovechándose de la crisis de salud y argumentando los riesgos de la pandemia.Una elección sin oposición, donde Ortega busca su cuarto periodo mediante la tercera reelección.De los 6.6 millones de nicaragüenses, 4.3 millones tienen derecho al voto, pero con los antecedentes anteriores de falsas elecciones, el abstencionismo predominó.A pesar de que el Departamento de Estado Norteamericano desde hace semanas ha calificado la jornada electoral como “fraudulenta”, la Unión Europea a expandido sus sanciones por la falta de democracia y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha establecido la condición de Estado Policial de Facto, nada interfiere o nada detiene las intenciones de Ortega de perpetuarse en el poder.La jornada electoral, que según versiones extraoficiales fueron resguardadas por unos 30 mil militares, no registró incidentes mayores y el resultado era el previsible: Un enorme abstencionismo, gran participación de seguidores de Ortega y una victoria que prolonga la posesión de la presidencia de un hombre que se ha adueñado del país centroamericano.Las encuestas que hacen compañías con credibilidad, muestran que el apoyo real para Daniel Ortega es solamente de un 19 por ciento de la población, pero que ha sido a base de represión, detenciones y amenazas como ha logrado sobrevivir durante 14 años con un pueblo que no lo quiere más en el poder.Las amenazas que el presidente Joe Biden hizo después de llamar “una farsa” la elección dominical, con sancionar diplomática y económicamente a Nicaragua, no han pasado de eso, solo amenazas que no han hecho mella en el ánimo y la intención de Ortega de quedarse en el poder indefinidamente.Todo parece indicar que la táctica de Ortega, de controlar su país, pero sin grandes aspavientos fuera de sus fronteras, contrario a lo que sucede con otros dictadores de la dimensión de Nicolas Maduro en Venezuela, ‘sin gritos ni sombrerazos’, sin pregonar improperios y retos al gobierno estadounidenses, han provocado que en silencio, sin hacer mucho ruido, se enquiste en el poder presidencial.Las protestas de miles de nicaragüenses en la ciudad de Miami, que fueron apoyados por ciudadanos cubanos y venezolanos que saben del dolor y el yugo de vivir bajo un régimen dictatorial, no serán suficiente para provocar un cambio. Solo será un antecedente que se adjuntará a la historia de la jornada electoral.Para Nicaragua, como sucede con Venezuela y con Cuba -por hablar de quienes se encuentran en una cercanía geográfica- se necesitan acciones más concretas que permitan la libertad plena de sus ciudadanos, una democracia absoluta y respeto de los derechos humanos. No son las potencias comerciales las que deben buscar -por sus intereses- ver por otros países sometidos. Deben ser los organismos internacionales, llámese Organización de las Naciones Unidas, Organización de Estados Americanos, etc., las que velen por los intereses de los países afectados y que cumplan con uno de los motivos por los que fueron creados. ¿Usted, qué opina?daniel.rodriguez@dbhub.net