Supongamos que el gobierno mexicano, orillado por el desbordamiento incontenible de la delincuencia, decide aplicar un correctivo radical eligiendo para ello la ciudad de Guadalajara. En esta ciudad conviven todos los días habitantes pacíficos y bandas delincuenciales de todo género. Tienen sus casas o departamentos entre las casas de la gente ajena a sus crímenes, y pocos se percatan de quiénes son sus vecinos o a qué actividades se dedican. Por lo mismo, la autoridad decide sitiar la ciudad, cortarle los servicios de agua y electricidad, el acceso a internet y el ingreso de alimentos y medicinas, procediendo a bombardear los múltiples sitios que sus informes de inteligencia señalan como habitados por delincuentes. ¿Se imagina usted el caos que se produciría en nuestra ciudad, ante tales medidas?El terror se generaliza. Todos los edificios altos son destruidos ante la posibilidad de que los delincuentes los usen para sus fines. Los hospitales sin electricidad ni agua, ni insumos, colapsan, toda actividad se detiene, pues la ciudadanía no puede ir ni a la esquina ante la posibilidad de ser víctima de un nuevo ataque a las células delincuenciales. La medida del gobierno es radical, pero demencial, y quienes pagan las consecuencias son los mismos inocentes, en mayor número, que culpables. Quizá las autoridades han llegado a pensar que todos los tapatíos son directa o indirectamente cómplices de la delincuencia organizada, que de algún modo los apoyan, que simpatizan con sus actividades, y que por lo mismo deben pagar también a la hora de aplicar estos correctivos. Una suposición de tal magnitud acaba siendo verdaderamente criminal. Bueno, pues eso es exactamente lo que está pasando en la ciudad palestina de Gaza, donde la justicia y la legítima defensa se han confundido con la venganza radical, tan radical y despiadada como el terrorismo perverso que la provocó.El secretario de la Organización de las Naciones Unidas ha tenido la valentía tanto de denunciar el terrorismo brutal de Hamás, como de señalar igualmente las violaciones a los derechos humanos que la reacción de Israel ha producido; de inmediato el embajador de esta nación ante la ONU ha exigido el cese del secretario, dando una muestra, a esa elevada altura, del grado de radicalización al que se ha llegado sin que en nadie quepa ni la razón ni la mesura, mucho menos el juicio imparcial, objetivo y equilibrado.Ya de por sí este organismo mundial, más que una organización de naciones unidas, semeja una organización de naciones uncidas al yugo de un consejo de “seguridad” dominado exclusivamente por cinco naciones, no las más honestas sino las más poderosas, cuyos votos y vetos responden sobre todo a sus intereses, no al beneficio común y leal de los países asociados, o a la solución pacífica de los conflictos internacionales, ideal que se halla en su remoto origen desde que lo sugirió el zar Nicolás II. Los otros diez miembros no permanentes de dicho consejo desempeñan una función que va de la farsa a lo meramente decorativo.Finalmente, y para desgracia del género humano, tenemos que preguntarnos: ¿y los terroristas de Hamás han estado alguna vez dispuestos a sostener un diálogo honesto, o a reaccionar renunciando a la violencia perversa que tanto los caracteriza? ¿Y el estado de Israel, aceptará que Palestina se constituya igualmente en un estado, renunciando a seguir ocupando sus territorios?