Conocí a Diego el viernes pasado durante el temblor. Tras desalojar mi edificio, me lo topé en la entrada. Lo observé un rato: -¿Cuántas mierdas recoges en un día? -lo inquirí mientras trataba de adivinar el contenido nefasto de su mochila. En eso se incorporó mi vecino Simón. Diego lo enganchó al arnés en su cintura junto a Nala, Bianca, Mica, Primo, Lu, Simba y Risco. Diego es un paseador profesional de perros (¿existía este oficio hace 20 años?) Le pedí permiso para acompañarlos. Enfilamos por Avenida La Paz tras un breve tropiezo: -Este es el más bruto porque es el más nuevo -señaló a Simón. Diego tiene siete años en el oficio aunque su verdadera profesión es la música. Los fines de semana toca cumbias; es el guitarrista. Mientras caminábamos Simón olfateó a Nala de forma, digamos, poco decorosa. Diego tiró de la correa para poner orden.-Está bien sobres de ella, la está molestando y eso provoca que mi paseo se descontrole -me explicó. Le pregunté si se podía considerar una situación de acoso y cuál era el protocolo. Sólo se rio. Cuando una perrita está en celo evita pasearla: “No es un tema de exclusión, sólo de prevención”. Cobra 60 pesos la hora por chucho (dice que hay quien cobra 80 o más). En las mañanas pasea canes en la Americana y por las tardes en Bugambilias, cinco días a la semana. En promedio lo acompañan 10 a 12 perros. Empiezo a sacar cuentas: -No es que me esté haciendo millonario -acota-. Saco un salario normal para vivir; unos diez o doce al mes. Opera su negocio, “Canhijos”, con otros siete jóvenes. Los clientes los contactan por recomendación o redes. No le inquieta revelar precios y volumen del negocio porque, asegura, no es para cualquiera. -Debes tener gusto por los animales porque muchos se quieren meter, pero si lo haces nomás por lana, no le vas a tener paciencia al perro. A Diego le gustan todos los animales. Una vez tuvo una salamandra y un erizo como mascotas. La camada se completó cuando llegamos por Moka, una perrita que recibió a Diego convertida en un trompo de cola inquieta. Lo lamió, le brincó encima, lo abrazó. Esa perrita, pensé, tiene de lunes a viernes el día más feliz de su vida. (También pensé en Segismundo, mi gato persa, y su actitud letárgica cuando llego a casa o su infinito desprecio por el contacto humano. Por eso dicen que los perros tienen amo y los gatos tienen personal a su servicio).En un momento del paseo, Simba se detuvo a desalojar la panza. Diego recogió los desechos en una bolsa verde. Lo miré aterrado, en espera de que guardara el excremento en su mochila, pero a unos metros encontró una papelera municipal. Me reveló el dato que buscaba: recoge de 10 a 15 mierdas en una jornada. ¿Es mucho? Veámoslo así: a veces uno recoge mucha más mierda al final del día. Y lo que es peor: gratis. jonathan.lomeli@informador.com.mx