Recientemente, en las páginas de EL INFORMADOR se daba cuenta del riesgo de colapso de hasta 300 casas antiguas en el municipio de Guadalajara. Es un alarmante síntoma del deterioro de nuestro patrimonio edificado. Y algo ante lo que debiéramos de tener, tanto desde el medio oficial como desde la sociedad civil, postura y respuestas.El patrimonio, para perdurar, debe tener una fuente de recursos que lo haga viable y le posibilite ser de utilidad práctica. Esto, por supuesto, además de su valía esencial como testimonio del pasado, como lazo de unión con la historia de la ciudad y sus habitantes.La historia de cada una de estas edificaciones, como las de sus propietarios, guarda características distintas y particulares. A través de las generaciones, son muchas y muy variadas las circunstancias por las que han debido atravesar. Pero, en términos materiales, existen al día de hoy condiciones específicas por las que -en el caso por lo menos de estas 300 fincas- es necesario encontrarles una viabilidad inmediata para evitar graves descalabros para el acervo construido de Guadalajara.Estas edificaciones constituyen sin duda el caso extremo de una situación que es necesario plantear desde sus raíces. Existen muchos casos de problemas testamentarios, otros de estrecheces económicas por parte de los propietarios para asegurar su mantenimiento, otros de simple y pura especulación. De fondo, lo que está en juego es la supervivencia integral de un patrimonio que, en lo general, es amplio y numeroso, y que continúa sus particulares procesos. Con cada año que pasa la problemática puede ir en aumento.Se ha repetido desde hace tiempo una frase que reza: “el patrimonio debe ganarse la vida”. Esta sentencia encierra un principio de racionalidad totalmente atendible. Y el sustento a que se hace referencia es el de la elemental utilidad de determinado inmueble que le permita servir fines viables y concretos. En casos especiales, en razón del interés, la valía y la circunstancia de ciertas fincas, será necesario que recursos oficiales sean invertidos. Y esto no como un gasto “a fondo perdido”, sino como una inversión que abona a la memoria histórica y al patrimonio común de todos los habitantes.La valía intangible del patrimonio edificado nunca será demasiado subrayada. Encierra en ella, nada menos, que la posibilidad de integrar la historia de la comunidad y transmitirla así a las nuevas y futuras generaciones. Pero, por lo mismo, es indispensable encontrar vías lógicas y concretas para que ese acervo se conserve vigente, activo, parte viva y actuante de la ciudad.jpalomar@informador.com.mx