Domingo, 24 de Noviembre 2024
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Un elogio de Jorge Vergara Madrigal (I)

Por: Juan Palomar

Un elogio de Jorge Vergara Madrigal (I)

Un elogio de Jorge Vergara Madrigal (I)

En el Instituto de Ciencias, Colegio Jesuita de Guadalajara, Jorge era más bien reservado. Sin embargo tuvo un grupo de fieles amigos, algunos de los que conservó por muchos años. Tuvo una muy honorable familia tapatía que siempre estuvo presente en sus esfuerzos.

Es de reconocerse -y altamente- al hombre de empresa: osado, visionario, original y empecinado. Y exitoso. Tal vez pocos tapatíos contemporáneos se pueden invocar como antecedentes: probablemente don Jorge Dipp, don Juan García Sancho, no muchos más. Vergara comparte con ellos parecido arrojo, similar falta de los complejos que con tanta frecuencia aquejan a los habitantes de estas tierras, visión global y aterrizaje local, y una cosa siempre agradecible: el glamur y la invención que vuelven la vida comunitaria menos aburrida y con mejor economía.

Hace casi dos décadas Jorge Vergara inició una aparatosa incursión en la arquitectura mundial y en el urbanismo local. Compró una buena parte del Bajío del Arenal y, sobre esas 240 hectáreas se propuso crear, en honor a su padre, el Centro Jorge Vergara Cabrera. Se trataba de una colección de edificaciones de muy diversa índole mediante la que su promotor trataba de establecer el “Centro más moderno y audaz del continente”, y, de plano, “el nuevo centro de México”. Un verdadero intento refundacional llevado adelante con todo denuedo y quizás con poca bibliografía (y cartografía). Algo titánico y heroico, pues. Hacer “una ciudad dentro de la ciudad”, con todo tipo de funciones (menos la que es realmente esencial para hacer ciudad: la habitacional). El desarrollo se asumía como “Centro de Cultura, Convenciones & Negocios”.

Vale la pena transcribir la lista galáctica de los arquitectos convocados y que efectivamente fueron y vinieron, y entregaron, mediante una fuerte inversión, sus respectivos proyectos:

Daniel Libeskind, Thom Mayne, Jean Nouvel, Wolf Prix y Coop Himmelblau, Tod Williams y Billie Tsien, Toyo Ito, Enrique Norten y Bernardo Gómez Pimienta, Carme Pinós, Philip Johnson y Alan Ritchie, Teodoro González de León y Zaha Hadid.

En esta brillante (¿o brillosa?) nómina hay ahora nada menos que ocho premios Pritzker (conocido vulgarmente como el premio Nobel de la Arquitectura). Hay, por cierto, apenas dos muertos a estas alturas. Cinco despachos europeos, un japonés, tres norteamericanos, dos mexicanos. Sería bueno para todos que sus proyectos se volvieran realidad. Está eso pendiente y vigente.

Durante aquellos años, el positivo influjo del Centro JVC se hizo sentir fuertemente, sobre todo en esa parte del gremio arquitectónico que suele estar más o menos despierta y al pendiente. Curiosamente, nadie se opuso con seriedad y razones a la enorme transformación que toda la intervención suponía para el llevado y traído Bajío del Arenal. Junto a tales alcances, la fallida Villa Panamericana ubicada en ese contexto no es más que una minucia.

Sea como sea, le debemos a Jorge Vergara una muy saludable sacudida para el mundo de los negocios y para el mundillo arquitectónico de Guadalajara. Buena falta les hacía (y probablemente les sigue haciendo). Honor a quien honor merece pues: más allá de los consabidos claroscuros de todo hombre de algún relieve, es justo que la ciudad y el estado reconozcan y valoren la audacia y el arrojo, la visión y todos los beneficios económicos que legó a la comunidad uno de sus hijos.

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