Es preciso decir de entrada que el abominable homicidio de Giovanni López en Ixtlahuacán de los Membrillos debiera suscitar la repulsa unánime de todos los jaliscienses. Ese hecho no tiene absolutamente ninguna justificación y debe ser investigado y castigado ejemplarmente. Punto.Pero también es necesario matizar otras cosas y comprender. Es comprensible plenamente la furia de la juventud ante la injusticia, la arbitrariedad, el desgobierno y el asesinato. Pero una cosa es el fin y otra los medios. El Palacio de Gobierno es uno de los principales patrimonios de Jalisco y de los mexicanos. No es una suma de piedras más o menos pintarrajeables. Es un patrimonio a la vez material e inmaterial propiedad de todos. No es simplemente un edificio: es parte fundamental de un patrimonio histórico, cultural, artístico y social. De un ánima colectiva, pues.Es el lugar en el que por cuatro siglos los de Jalisco hemos depositado la voluntad de ser mejores, de tener justicia y prosperidad. Es el asiento de la autoridad que, recordemos, es del pueblo que cada vez -con mayor o menor fortuna- deposita su mandato y sus esperanzas en quienes gobiernan en nombre de todos, y, cuando nos va bien, con plena legitimidad.Es preciso resistir a las visiones maniqueas. Nunca se trata de escoger forzosamente entre la justicia y la entendible furia, y el patrimonio. Es necesario ser reflexivos: es preciso protestar, y hacerlo de la manera más efectiva con el fin de luchar eficazmente por una causa. Y el vandalismo -al pan, pan, y al vino, vino- es muy poco eficaz para hacer prosperar una causa. Se ha visto en múltiples lugares. El legítimo escozor que tal comportamiento genera en la sociedad en nada adelanta una causa justa. Retrasa la claridad de una legítima protesta, de una manifestación social.Otra vez. ¿Qué se logra con destrozar emplomados, tallas de madera, portones venerables, computadoras, muebles y archivos? ¿Hacer patente de esta manera la furia? Hay decenas de maneras y procedimientos para comunicar los fines de una manifestación y hacerla efectiva sin lesionar el patrimonio de todos. En primer lugar porque no se defiende la propia integridad lesionándose a sí mismo mediante la vandalización de un patrimonio común, que es el de cada manifestante. En 1968, en París, durante las revueltas estudiantiles, se realizaron las célebres pintas de protesta, que fueron altamente eficaces para difundir y hacer visibles los fines de una gigantesca manifestación que logró cambiar el curso de la historia. Pero nadie pintó nada ni rompió nada en Notre Dame, la Conserjería, el frontón de la Sorbona, etcétera.Que quede claro: desde esta columna nos solidarizamos con la memoria de Giovanni López, y compartimos el sentimiento que se manifestó frente al gobierno. Pero es necesario, por los propios fines de esta protesta, entender cómo puede ser más inteligente, más justa y más generosa, aún en medio de la compartida furia.