Soy escéptico de los gobiernos que proponen grandes transformaciones, sea la 4T de López Obrador o la refundación del gobernador electo de Jalisco, Enrique Alfaro. Aplaudo la voluntad de hacer grandes cosas de un gobernante, pero detesto la soberbia de los equipos que se esconde detrás de estas visiones que implican tirar el pasado reciente a la basura, con todos sus defectos, pero también sus virtudes.Transformar el Estado por sí solo no resuelve los problemas. Si en un espejo debe verse el Gobierno de López Obrador para no cometer los mismos errores, aunque no les guste nada la comparación, es en el de Peña Nieto. Ningún Gobierno había hecho tantas reformas y de la profundidad que se hicieron como en el Gobierno que termina el viernes, pero fueron producto de pactos cupulares y carecieron de consenso. Se pensó que cambiando las estructuras del Estado se cambiaría el rumbo de la sociedad. Nada más falso.Pero, así como no funcionan los pactos cupulares tampoco es cierto que consultando al pueblo las reformas vayan a tener no digamos concenso, sino capacidad de cambiar a la sociedad, cambiar la forma en que como individuos nos relacionemos con los otros y con el Estado. Regreso al ya citado texto de Laura Rita Segato sobre el fracaso de los gobiernos de izquierda en Brasil: “La toma de decisiones dentro del consenso sin oír disidencias impidió que se corrigiera la confusión fatal entre la ampliación del consumo, de todos los tipos de consumo (desde celulares a viajes en avión) y la ampliación de la ciudadanía. Fueron vistas erróneamente como lo mismo”.Cuando López Obrador dice que desconfía profundamente de eso que llaman sociedad civil y solo escuchará al pueblo, lo que busca es borrar de un plumazo todo intermediario entre el Presidente y la base, el pueblo bueno, el que nunca se equivoca -porque al ser una entelequia masivamente representada, siempre piensa igual que el líder-. Pero no es el pueblo sino López Obrador quien se equivoca terriblemente en este punto. Quien puede defender los cambios estructurales de la pretendida Cuarta Transformación del Estado es la gente, pero no concebida como expresión masiva sino como individuos, el ciudadano crítico que ha ampliado no solo su capacidad de consumo, que es fundamental en un país tan desigual como el nuestro, sino sus capacidades culturales. En Brasil fue el mismo pueblo que llevó a Lula al poder el que ahora puso a Bolsonaro en la silla y festina el encarcelamiento del ex presidente.No hay transformación del Estado sin transformación de la sociedad. Es muy fácil confundir lo que es bueno para el proyecto de país con lo que es bueno para el partido o el grupo gobernante. Si se impone la lógica de preservación del poder sobre el de preservación de la visión transformadora en seis, doce o dieciocho años el bolsonarazo mexicano está cantado.(diego.petersen@informador.com.mx)