María de Jesús Mundo tiene dos años esperando que sus hijos vuelvan por ella. Han sido más de 600 días esperándolos, pero no en la que fue su casa (de donde hace tiempo fue desalojada) o siquiera en algún asilo… la mujer tiene dos años aguardando que vayan por ella en la Central de Autobuses de Puebla (conocida como Capu). Ahí ha pasado las noches durmiendo sobre cartones, en las bancas o en el piso, y comiendo lo que le regalan o cantando para conseguir algunas monedas y sobrevivir. Tiene 78 años y pensó que ese era el mejor lugar para que sus hijos pudieran encontrarla cuando -tiene fe- la busquen y regresen por ella.En México hay cada vez más adultos mayores y la calidad de vida durante esa etapa dista mucho de ser idílica. Envejecer con los cuidados y el cariño de tu familia (de sangre o por elección) no es algo que todos y todas puedan disfrutar. Al contrario, en muchos casos -como el de María de Jesús- se enfrentan al abandono y el olvido. Ella ahora encara la vida totalmente sola, con problemas de salud, de incontinencia y sin casa ni familia a su lado.Y en un país que está envejeciendo (y nosotros con él) urge tener presente lo que sigue para los años venideros, que no es cosa menor: cada vez hay menos jóvenes y más personas mayores, la curva poblacional se está invirtiendo. Los datos del INEGI son contundentes. En el año 2000 por cada 100 niños y jóvenes había apenas 21.3 adultos mayores, pero dos décadas después la cifra se duplicó; para el 2020 por cada 100 niños y jóvenes había 47.7 adultos mayores… y la cifra sigue en aumento.Se trata de un segmento de la población que no tiene cubiertas las necesidades mínimas que implica la vejez: desde un espacio para vivir y que cuente con los servicios básicos hasta la calidad de vida que implican los cuidados de la salud física y mental. Si algo tenemos seguro es que la vida es finita y todos vamos a envejecer o, al menos, esperamos llegar a esa etapa, pero ¿cómo? ¿De qué manera se pasará la última etapa de la vida? Si se tendrá salud, un hogar, solvencia para garantizar cuando menos la comida y tener compañía o redes de apoyo. No en el abandono. En contraparte, también hay una minoría de ancianos que reciben las mejores atenciones de todo tipo, afortunados de pertenecer a familias de la élite del país.En distintos medios de comunicación circulan fotos de doña María de Jesús vestida con una sudadera morada y chaleco negro encima, también algunas entrevistas donde habla de las dificultades que padece por “vivir” en la central camionera esperando a alguno de sus tres hijos: Víctor, Marina y Alma Rivas Mundo. Una de ellas se habría ido a Estados Unidos y de los demás no tiene pistas.“Mi corazón de madre me dice que mi hija está con vida”, dijo en una entrevista, mientras el DIF Estatal de Puebla espera localizar a algún familiar. Pero ella se niega a irse a algún otro sitio más adecuado, porque teme que sus hijos vuelvan, la busquen en la central de autobuses y ya no la encuentren ahí.Hay quienes darían lo que fuera por volver a pasar tiempo con sus viejecitos, por tener un par de días u horas a su lado. Y también quienes se han quedado solas y solos, viviendo de lo que alguien más les pueda y quiera dar. La vejez, como la infancia, se convierte en una etapa en donde se va dependiendo también de los demás, donde no se debería jamás estar solos. Y, en tanto se pueda, más vale irse preparando para esa etapa.