Llegó la fecha. El pasar de los días vaticinaba lo que sería la ciudad de Minneápolis este domingo. Los pasillos del “Mall of America” se fueron poblando poco a poco, hasta que caminar en ellos fue imposible. En cada bar de la ciudad se podía escuchar a fanáticos de los Eagles y de los Patriots defender a su equipo y hablar de sus fortalezas y debilidades. “Nick Foles está listo, no es Wentz, pero tiene a todo un equipo detrás, mientras la defensa juegue como lo hizo en la temporada, no tenemos de qué preocuparnos”. “Estamos motivados, es hora de terminar con su reinado. Aquí sus trampas no sirven”, son los argumentos más populares entre los de Filadelfia. Del otro lado, los de Boston saben que tienen algo que todos los demás sólo pueden soñar, un Tom Brady, y por si eso fuera poco, tienen a Rob Gronkowski, que ya fue autorizado para jugar, ambos dirigidos por la mente maestra y maquiavélica de Bill Belichick.Sí, parecía imposible, pero finalmente Minneápolis se llenó. El gélido clima que se siente no asustó a nadie, en especial porque este factor logró que los boletos bajaran de seis mil dólares (108 mil pesos) hasta los dos mil 500 (45 mil pesos), algunos incluso pagaron extra con tal de poder asistir a una parrillada antes del evento, de las cuales habrá miles, aunque ninguna de ellas será en el estadio, pues el lugar está rodeado por la Guardia Nacional desde la mañana del viernes. A estos aficionados los mueve el amor a su equipo, la esperanza de levantar por primera vez un trofeo Lombardi o, ¿por qué no?, obtenerlo por una sexta ocasión. Las largas horas de filas, de pasar por seguridad, de restricciones y el saber que podrían salir de ahí con el corazón destrozado no son razón para detenerse o quedarse en casa. Los hay de todas las edades; niños que hacen fila afuera del hotel de concentración con los ojos llenos de sueños de lo que pueden llegar a ser. Los hay jóvenes que ven a sus ídolos, aquellos a los que les dedican sus domingos y que los hacen emocionarse con cada jugada, cada anotación y llorar con cada derrota. Los más grandes recuerdan las glorias del pasado, recuerdan a los que han pasado por sus equipos y algunos de ellos, esas veces en las que se quedaron en la orilla.Pocos deportes levantan tantas pasiones y emociones como la NFL, en donde cada segundo, cada decisión y cada error cuenta. Gente de lugares como Japón, China, El Salvador y Brasil pasean por las calles de Minneápolis, saben todo sobre los equipos, sus partidos, sus jugadores, su temporada y están listos para ser parte de este juego. Aquí no existen ideologías políticas, razas o religiones que valgan, ante el ovoide todos son iguales. Sobre los anfitriones, si bien es cierto que los Vikings se quedaron cerca de experimentar esta gloria, su gente les agradece lo que vivieron y por eso se desviven y trabajan largas horas asegurándose de que su estadio, su templo, sea respetado. Que sus visitantes vivan los encuentros como lo hacen ellos al sonido de su cuerno y de los tambores de guerra. Que sepan que el ya famoso “Skol” no es sólo una celebración o un “grito de batalla”, es su corazón y amor al juego. Sí. Es domingo de Super Bowl, ese que llega una vez cada primer domingo de febrero y Minneápolis está listo para vivirlo y lo único que pide es que sea un partido para la historia.