Existe una tensión. El Gobierno federal y los de los estados se desgañitan, no pocos se rasgan las vestiduras (muchos hacen ambas cosas), para convencer a quien se deje, de que la seguridad pública está muy bien o, al menos, mecho mejor de como estaba cuando ellas, o ellos, iniciaron su mandato; en tanto que los candidatos de la oposición, la que corresponda según el caso, no hacen sino destacar la crisis de violencia que padecemos. Quizá esto que llamo tensión no lo sea sino en el sentido electoral; sin embargo, las mismas campañas han mostrado que la hay: universidades, las privadas de manera destacada, organismos que agrupan empresarios y la sociedad civil organizada, han convocado varias veces, por lo pronto en Jalisco, a las candidatas y candidatos a comprometerse por la paz, todos han accedido, oficialistas y opositores. En esta temporada en la que empeñan en que los quieran, son capaces incluso de comprometerse con la honestidad a prueba de auditorías libres. Entonces ¿hay una muy dañina inseguridad pública según percibe la gente? O ¿estamos en un remanso de tranquilidad según declaran las autoridades? Pero no perdamos de vista que la exigencia de quienes hicieron foros con este tema, con las y los candidatos, ya no es “sólo” seguridad, sino paz, no más, no menos: paz. La noción “inseguridad” dejó de significar una alarma social para convertirse en una de las tantas categorías respecto a la que quien gobierna debe llevar estadísticas, porque hoy gobernar es el acto de meter los problemas de las personas -de una en una y en comunidad- en hojas de cálculo y demostrar, con gráficos multicolores, que la realidad es la que ahí se muestra, no otra. Por lo que conviene proponer definiciones para la paz y dejar establecido a cuál circunstancia aspiramos y que gane quien gane en las elecciones, que el cambio no sea sólo del diseño gráfico para exhibir las cifras vueltas barras o líneas ondulantes entre X y Y.Por la señal de emergencia que tienen encendida los homicidios dolosos, las desapariciones, la violencia feminicida, la extorsión, el tráfico de personas, de armas, de drogas; el robo en carreteras, en las casas, en la calle; la corrupción, el abuso sexual infantil, la violación, la tentación es contentaros con la acepción básica de paz: ausencia de conflicto y de enfrentamientos, armonía entre las personas y las naciones.Esta definición de paz es superficial si consideramos la calidad de quienes durante lo que han durado las campañas electorales, mujeres, hombres e instituciones, se propusieron llamar a la paz, pero también luce estrecha al evaluar el tamaño de la crisis de seguridad, pues corremos el riesgo de que nos den, una vez más, sucedáneos cosmético-estadísticos. Hans Küng en el libro Proyecto de una ética mundial (primera edición de 1991), afirma: “es preciso encontrar un camino hacia una sociedad en las que se apoyen la pacificación y la solución pacífica de los conflictos (…) hacia una comunidad de los pueblos que colabore solidariamente al bien de los demás: superación de la divinización de estructuras de poder y militarismo (…) superación de una situación en la que parece necesaria la intervención militar, o de la amenaza misma, para preservar o establecer los derechos humanos (…) superación de un estilo de vida y unas formas de producción que dañan seriamente a la naturaleza.” No se trata de una receta, apenas apuntes para reflexionar y discutir qué queremos decir cuando pedimos paz. Cuántas situaciones actuales hemos de superar, no sólo solidariamente: compasivamente, para aspirar a la paz y a su posta intermedia: no únicamente la seguridad pública, la ciudadana, que supone co-construcción, no dádiva generosa de auto erigidas deidades ocasionales mientras pretenden que la gente sufrague por ellas.Pero existe una tensión particular, esta noche, durante el debate presidencial, podremos atestiguarla, a condición de que seamos conscientes de que ahí está, lista para alertarnos sobre embustes, tomaduras de pelo y callejones sin salida. La candidata Claudia Sheinbaum se ha empeñado los últimos tres meses en convencer sobre los milagros (nunca mejor dicho) que obró durante su mandato en la Ciudad de México (milagros cuya índole es meramente estadística) y sugiere que cuando sea presidenta hará lo mismito a escala nacional. ¿O sea que en la capital del país ella no hizo lo que López Obrador en el resto del país? El discurso de ella dice que no y quiere el Poder Ejecutivo para efectuar lo que no se ha realizado en seguridad; en su autopromoción jamás ha reconocido que se valió de la estrategia presidencial: abrazos no balazos, o que de algo le sirvió estar en muchas de las reuniones de seguridad en Palacio Nacional, al grado que en campaña no ha reconocido lo que las Fuerzas Armadas o a la Guardia Nacional, y la táctica principal para sacar a los jóvenes de la delincuencia, según López Obrador, Sembrado Vidas, hicieron para favorecer los portentos de los que fue capaz en la Ciudad de México. De lo que podemos colegir que la que el presidente quiere sea su sucesora, deja implícito, para distinguirse de sus rivales, que lo que se haya hecho más allá de la Ciudad de México no funcionó, es decir, si creemos en lo que ella afirma, y no tenemos elementos para creerle, pero sus dichos son suficientes para destacar la tensión descrita.Sí, ellas y ellos, los que gobiernan, halan hacia el polo de sus fantasías matemáticas, sobre todo en seguridad, y las personas son haladas por una realidad que las violenta; los primeros no son capaces de notar sus incoherencias, provocando tensiones que amenazan con romper comunidades, al país. Entonces ¿podrán encabezar la instauración de la paz? A lo mejor ni siquiera les conviene.agustino20@gmail.com