Lo vimos millones. El Presidente estaba frente a la pantalla en la que suele mostrar las gráficas con sus datos, en lo que coloquialmente se conoce como “la mañanera”, espejo y reflejo de la degradación del poder público. Alzaba una mano para señalar las gráficas y de un instante a otro fue notorio que se quedó inmóvil, dejó de hablar y Benito Juárez apareció por un lado del escenario; era él, sin duda: la levita negra, su peinado, la forma de su cabeza, las manos entrelazadas a su espalda. Los televidentes podríamos haber pensado que era un efecto especial o una falla, no tuvimos tiempo: el murmullo alarmado y creciente en el Salón de la Tesorería indicaba que los ahí presentes atestiguaban el arribo de Don Benito que, parsimonioso, como quien camina por su casa, volteó hacia López Obrador y sentencioso le dijo: usted no sabe lo que costó crear la República y su gobierno está resultando más pernicioso que la intervención francesa. El silencio en el Salón era como del espacio exterior. La transmisión se interrumpió abruptamente.Cómo hacer, cómo darle un escarmiento que no sea violento, cómo ponerlo a la defensiva. Un insight y la idea consecuente; compartirla, crear un grupo, diseñar, buscar los aparatos y programar. Gastamos dos millones de dólares, corrijo: invertimos dos millones de dólares; compramos doble el equipo que ocultaremos en el Salón de la Tesorería. Sabemos que lo descubrirán y entenderán cómo lo hicimos; pero su aparente triunfo les impedirá notar que un equipo idéntico estará escondido en otros sitios. Lo más difícil será colarse a Palacio Nacional para instalar los dispositivos que harán el truco de presentar a Benito Juárez, de costa a costa y de frontera a frontera, sin más fondo para proyectarlo que el aire contaminado de la Ciudad de México, con rayos láser que atrapan las partículas suspendidas y, mediante electro-holografía, crean una imagen volumétrica, fantasmal. Bendita tecnología. Ya mostrado el portento la presidencia saldrá a evidenciar los aparatos hallados. Nosotros dejaremos caer un alud de mensajes de líderes de opinión, de académicos y de famosas y famosos, cuyo fondo sea algo como: tan mal está el país que el mismo Benito Juárez dejó su descanso eterno para intervenir; seguido de: nomás falta que López Obrador salga a negar lo que todos vimos (y el pleonasmo de rigor: con nuestros propios ojos) en la televisión, etcétera.Ya perdimos la esperanza de que vuelva a aparecer el Benemérito, han pasado siete días. Quizá el presidente tenía razón cuando mostró los artilugios que encontraron en el plafón de la Tesorería. Hoy está detrás del pódium, tiene el gesto socarrón de cuando quiere hacer saber que él siempre acaba por ganar. Lo interrumpe un grito: ¡ahí está, regresó! Al fondo se corporiza el héroe nacional; tose un poco, luce demacrado, con la expresión de cansancio milenario que tuvo al final de su vida; avanza hasta ponerse a un lado de López Obrador, es notoria la diferencia de estaturas, pero el Peje se ve empequeñecido. Juárez toma la voz: Pues seremos monstruos, pero mejor eso que dejar a los mismos generales gobernando al país a su antojo, a través de comandancias militares. Esa tiranía (…) es lo que ha impedido la libertad de nuestro pueblo. Se gira para mirar al aterido presidente: No, señor, el poder civil debe imponerse por la fuerza si es necesario. Sólo así podremos frenar la entrega del poder a los más rapaces*… Deje de mentir -lo sentencia Juárez- de destruir, de trabajar sólo para servir a sus gentes y a sus manías personales, ha dilapidado el apoyo que le dio el pueblo.Fue intrascendente que mostraran el otro equipo que usamos, Benito Juárez, otra vez, sostuvo la República. Un día después la aprobación de López Obrador se redujo a 25%; sin embargo, como antes de él, aún queda todo por hacer, por rehacer.* Lo dicho por el Juárez ficticio de la novela México, de Pedro Ángel Palou, p. 294.agustino20@gmail.com