Mucho me hubiera gustado que Miguel León-Portilla hubiese presenciado la ceremonia del pasado 14 de febrero, en la que, además de premiarse a la Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, la estatua de Tenamaztli quedó instalada en la llamada Plaza de los Fundadores de Guadalajara. Fue mucho lo que hizo mi maestro y amigo para perpetuar la memoria del mencionado prócer: uno de los principales actores jefes de la Rebelión Cazcana (1539-1542). Aparte de la obra señera del más ilustre de los nahuatlatos modernos, titulada originalmente La flecha en el blanco, cuya primera edición se debió a El Colegio de Jalisco, en 1995, al tiempo que su autor presidía la imposición del nombre de “Tenamaztli” al primer auditorio de dicha institución, don Miguel le rindió al héroe indígena repetidos homenajes. Uno de ellos, muy emotivo, fue la guardia que le hizo a su estatua cuando esta se hallaba en el barrio de Analco. El otro, más íntimo y arriesgado, fue cuando se internó en el cerro del Miztón acompañado nomás por Edmundo Aviña y el suscrito, donde hubiera acabado sus días en el fondo de un barranco si Edmundo no hubiera sido un chofer tan ducho. Si Pedro de Alvarado, después de ser derrotado por Tenamaztli perdió la vida porque, durante su precipitada huida, un caballo rodó cuesta abajo en ese fango tan resbaloso pasando por encima de él, la camioneta de Edmundo estuvo a un pelo de rodar también por un profundo barranco con sus tres tripulantes en el interior. Fue precisamente León-Portilla quien primero llamó la atención sobre el carácter de precursor de la defensa de los derechos humanos que tuvo Tenamaztli, con base en las disquisiciones recogidas por Bartolomé de las Casas cuando se encontró con él en Valladolid, España, en 1555, donde el líder cazcán se encontraba retenido y falleció un año después, según lo descubrió nuestro paisano Guillermo Gómez Mata.Sabia decisión de nuestro presidente municipal de poner a Tenamaztli en un sitio relevante, a pesar de que a los españolistas que padecemos no les gustó nada… No faltó quien atinadamente sugiriera que se le quitara el nombre de “Francisco”, que le fue impuesto. Estaría bien hacerlo, dado que los argumentos esgrimidos para conservarlo resultan incluso ofensivos para la dignidad de los jaliscienses, en especial de quienes reconocemos el derecho de los seres humanos a que se les identifique con lo que son. El argumento de uno de esos curas gachupinofílicos que andan por ahí camuflando en la religión su anti indigenismo, de que debería preservarse el nombre hispano porque el rey de España, de la peor calaña como todos, así lo dispuso, resulta en verdad aberrante y ridículo. En fin: “con estos bueyes hay que arar”.Volviendo a León-Portilla, cuyo estudio de Tenamaztli resultó seminal para que nuestra Comisión Estatal de Derechos Humanos se sumara con entusiasmo y eficiencia a la vindicación de una figura que representa con dignidad al substrato indígena que prevalece en México, a poco más de un año de su fallecimiento, debemos de felicitarnos de que siga ganando batallas.