Sábado, 23 de Noviembre 2024

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Sordas y violadas

Por: Gabriela Aguilar

Sordas y violadas

Sordas y violadas

A lo largo de su vida, o en algún momento, ellas han sido víctimas de violación. Hoy sus caminos se cruzan en un centro de capacitación que les permite concluir sus estudios de preparatoria “apoyadas” por la empresa en la que trabajan. Una de las muchas que se jacta del título de incluyente y socialmente responsable, pero esconde casos de abuso laboral imperceptibles, excepto para una pequeña comunidad silente del Área Metropolitana de Guadalajara que ve en esos centros de trabajo su única oportunidad de desarrollo.

El fin de semana que salí a buscar testimonios sobre el paro nacional del 9 de marzo encontré a estas mujeres en un breve descanso de sus estudios sabatinos. Lo que en un inicio era un sondeo habitual de mi trabajo, me llevó a los dolorosos y representativos testimonios que comparto.

La compañía trasnacional para la que trabajan y que manufactura servicios electrónicos para empresas como Google, Facebook y otras dedicadas a labores de inteligencia del Pentágono, no les ha dicho nada del 9M. Han sido víctimas de acoso sexual y laboral, pero saben que si denuncian, afuera las estarán esperando sus compañeros para agredirlas.

Me contaron que su discapacidad también ha sido el pretexto para hacerles bromas. Esos compañeros que se creen tan “normales”, se retan a enamorarlas sólo por diversión, como si se tratara de un juego. Lo peor es que ellas están acostumbradas.

Una de ellas, de 44 años de edad, la única con discapacidad de tres hermanos, fue tocada y abusada la mayor parte de su vida en una colonia de Tlaquepaque, por Avenida Revolución. Por ser sorda, fue la atracción por mucho tiempo para niños y adultos que la sabían vulnerable, por ser mujer y con discapacidad. Por más que intentaba correr de sus abusadores, no había opción de escape ni forma de platicar con su mamá, que renegaba con la vida por tener una hija así y a quién nunca le interesó aprender lenguaje a señas para estar en comunicación.

El otro caso: una joven de 21 años me dijo que a los 14 fue abusada sexualmente por uno de sus primos. “¿Qué podía esperar? Soy sorda y sabemos que tenemos la probabilidad de enfrentar algo así en algún momento de la vida”.

Las dos saben del 9M y están a favor, aunque ellas, para no perder la costumbre, se sienten ajenas y excluidas de la movilización. No pueden arriesgar los mil pesos que reciben a la semana y tienen miedo a las sanciones por ser las mujeres la mayoría de la fuerza laboral quienes, en promedio, trabajan 45 horas a la semana en una empresa que, por cierto, hace un año les retiró los servicios de intérprete de lenguaje de señas, lo que dificulta cualquier inquietud o denuncia en el entorno laboral.

Y todavía hay quien duda aún del movimiento…

A lo largo de su vida, o en algún momento, ellas han sido víctimas de violación. Hoy sus caminos se cruzan en un centro de capacitación que les permite concluir sus estudios de preparatoria “apoyadas” por la empresa en la que trabajan. Una de las muchas que se jacta del título de incluyente y socialmente responsable, pero esconde casos de abuso laboral imperceptibles, excepto para una pequeña comunidad silente del Área Metropolitana de Guadalajara que ve en esos centros de trabajo su única oportunidad de desarrollo.

El fin de semana que salí a buscar testimonios sobre el paro nacional del 9 de marzo encontré a estas mujeres en un breve descanso de sus estudios sabatinos. Lo que en un inicio era un sondeo habitual de mi trabajo, me llevó a los dolorosos y representativos testimonios que comparto.

La compañía trasnacional para la que trabajan y que manufactura servicios electrónicos para empresas como Google, Facebook y otras dedicadas a labores de inteligencia del Pentágono, no les ha dicho nada del 9M. Han sido víctimas de acoso sexual y laboral, pero saben que si denuncian, afuera las estarán esperando sus compañeros para agredirlas.

Me contaron que su discapacidad también ha sido el pretexto para hacerles bromas. Esos compañeros que se creen tan “normales”, se retan a enamorarlas sólo por diversión, como si se tratara de un juego. Lo peor es que ellas están acostumbradas.

Una de ellas, de 44 años de edad, la única con discapacidad de tres hermanos, fue tocada y abusada la mayor parte de su vida en una colonia de Tlaquepaque, por Avenida Revolución. Por ser sorda, fue la atracción por mucho tiempo para niños y adultos que la sabían vulnerable, por ser mujer y con discapacidad. Por más que intentaba correr de sus abusadores, no había opción de escape ni forma de platicar con su mamá, que renegaba con la vida por tener una hija así y a quién nunca le interesó aprender lenguaje a señas para estar en comunicación.

El otro caso: una joven de 21 años me dijo que a los 14 fue abusada sexualmente por uno de sus primos. “¿Qué podía esperar? Soy sorda y sabemos que tenemos la probabilidad de enfrentar algo así en algún momento de la vida”.

Las dos saben del 9M y están a favor, aunque ellas, para no perder la costumbre, se sienten ajenas y excluidas de la movilización. No pueden arriesgar los mil pesos que reciben a la semana y tienen miedo a las sanciones por ser las mujeres la mayoría de la fuerza laboral quienes, en promedio, trabajan 45 horas a la semana en una empresa que, por cierto, hace un año les retiró los servicios de intérprete de lenguaje de señas, lo que dificulta cualquier inquietud o denuncia en el entorno laboral.

Y todavía hay quien duda aún del movimiento…

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