Al acercarse estas fechas, en que ya noviembre va de salida, nos damos cuenta de que al recordar “la Revolución”, empiezan las fiestas… fiestas que a lo mejor no han terminado en todo el año, porque para eso somos mexicanos y en eso sí que nos pintamos solos.Por eso al llegar a estas fechas es muy oportuno hacer un espacio para reflexionar seriamente en un futuro que a pasos agigantados se avecina.Popularmente hemos escuchado aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor…” y yo siempre he pensado que el mejor tiempo es el futuro, porque trae consigo una fuerte carga de ilusión y cada quien lo pinta con mil colores.Pero por lo pronto caemos en la cuenta de que nuestro calendario está caducando y que es momento de pensar en uno nuevo.Al considerar nuestro reciente pasado, tenemos que reconocer, que el año que se nos va ciertamente no fue tan halagüeño y que no tenemos mucho en qué fundar un futuro mucho mejor.Pero si de veras queremos construir algo bueno, es momento de empezar.Hoy gritamos y aplaudimos y nos gozamos porque celebramos el día de la “Revolución”. En estos días tendremos oportunidad de considerar y escuchar frecuente y repetidamente esa palabra que a lo mejor ni siquiera comprendemos plenamente su significado.Aunque en realidad lo que celebramos es el aniversario de una revolución que se esfumó como un sueño.En nuestro presente, mejor y más saludable sería empeñarnos en serio en una “renovación”, pero en serio, porque hoy es un buen momento.Los campesinos saben reconocer las señales que la naturaleza les presenta en su entorno, y nosotros, deberíamos también ser tan clarividentes como ellos y percibir las señales que indican cuando no siempre vamos por buen camino, que nuestro pobre México difícilmente encontrará la ruta que le permita vivir el futuro venturoso soñado.Por el momento esperamos el fin de año con sus fiestas y regalos, y repartiremos “felicidades” en palabras, al por mayor.Pero es un hecho que las cosas improvisadas por lo general nunca salen bien, y que hace falta escuchar la voz del corazón que es precisamente en los momentos más íntimos y de mayor silencio cuando nos habla Dios y nos hace percibir con claridad qué es lo bueno y lo mejor.Nuestra revolución debería transformarse en una renovación verdaderamente transformadora, donde los valores tomen el lugar que les corresponde, donde a los niños se les dé una educación sana, y no chistes turbios; donde el amor auténtico se alimente de respeto, y fidelidad; donde la espiritualidad sea fuerza que impulsa y eleva.Una renovación a fondo sería una revolución genuina, y demolerían ambiciones, sanando el corazón de engañosos espejismos que no conducen ni al buen camino ni a la felicidad.Ánimo, unidos podemos trabajar en una revolución que sea auténtica renovación y con la buena voluntad de todos, con la ayuda de Dios, que es quien da la fuerza interior a nuestro ser, lograremos llegar, como nación, más lejos y más alto.