Viernes, 29 de Noviembre 2024

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Sin miedo y sin rencor

Por: Augusto Chacón

Sin miedo y sin rencor

Sin miedo y sin rencor

Si la circunstancia política y de inseguridad es intolerable, si preferimos no explicarnos cómo es que llegamos a este punto, si no basta señalar a éste, a aquélla, a aquél: culpemos a los tlaxcaltecas, que por lo demás, a la llegada de los españoles al territorio que andando los siglos sería México, hicieron lo que muchos hubiéramos hecho en sus circunstancias: quitarnos a como diera lugar, aliados con quien fuera, el yugo de los aztecas, que se comportaban como cualquier imperio de cualquiera de los mundos de entonces y de ahora. Laura, protagonista del cuento de Elena Garro La culpa es de los tlaxcaltecas, es hilo carnal tendido a lo largo de un espacio-tiempo que abarca quinientos años, dice a su esposo mexica, fantasmal o real, según, luego de inculpar al señorío de Tlaxcala por la ruina de la Gran Tenochtitlán: “Ya sabes que tengo miedo y que por eso traiciono”. Pero la expresión, la culpa es de los etc., indica la voluntad por regresar al comienzo, al punto en el que el sistema era al menos inteligible, el de los pueblos prehispánicos y el de los europeos medievales que se dieron a conquistar a los primeros, y de cuyo encuentro, mal resuelto -en contra de las naciones originarias- y peor entendido.

En un resumen abusivo, significa que con una traición nos echamos a andar como patria -indígena, criolla, española: mestiza- que fue virreinato, que se independizó autobautizada México, que fue dos veces imperio. Estado que casi desapareció de 1858 a 1861, y de 1911 a 1917 (por las broncas intestinas que armamos). Con sus trances de dictadura y de republicanismo, con una constante: el entrelazamiento de caos y esperanza; uno fomentado por la endémica deriva al desorden y por las injusticias constantes y por el ansia de poder de unos pocos. La otra cimentada por una sociedad rica culturalmente, que no se arredra; asida a sarcasmo, al irigote y a su capacidad de trabajo, de época en época pone cara a la muerte (dizque) para demostrarle que ella y quien se ponga, le pelan los dientes. El futuro que nos proponemos (ya acabalamos casi cien años acotándolo a sexenios) está compuesto de caos y esperanza; para efectos de la buena convivencia y del regir de las leyes, el primero siempre termina por imponer sus maneras, y a recomenzar: la culpa es de…

Por estos años se recurre con asiduidad al concepto ecosistema, con más o menos rigor. Que si el de negocios, que si el que forma la biósfera política; en la definición de la biología: conjunto de organismos vivos, el ambiente físico en el que aquéllos hacen sus cosas y las relaciones que establecen lo vivo y lo no vivo. A partir de esta referencia somera, no luce descabellado montar muchas de las interacciones sociales en la noción ecosistema, el diccionario de la Real asienta en la entrada dos del término: “conjunto complejo de elementos relacionados que pertenecen a un determinado ámbito.” Pero estábamos en que en tiempos de oscuridad, digamos política, jurídica, ética y económica, tendemos a recurrir a un origen; por la lobreguez del periodo actual y considerando la idea “ecosistema”, corramos el inicio más antes de los malamente vilipendiados tlaxcaltecas, miles de años, a un pasado compartido en el imaginario, el que aún parece marcar la jerarquía de las interacciones ecosistémicas: “dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces de la mar, y en las aves del cielo, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrando sobre la tierra.” Más adelante, por si no hubiera quedado claro, el Altísimo enfatizó: “Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra, y sojuzgadla, señoread” en todo. Tenemos los mismos miles de años respondiendo como Cantinflas: “a susórdenes, jefe”.

Vista esa determinación divina como subterfugio para explicar el desastre, no desde la dimensión universal que abarca la Biblia sino desde la mínima que es México, y quitando la insinuación medioambiental: la culpa es de Moisés. Andrés Manuel y Claudia con su tribu rumian y regurgitan mandatos del libro Génesis. La comandanta de la cruzada que es su movimiento, Luisa María Alcalde, anunció hace días que morenas y morenos pronto serán diez millones debidamente registrados; suponemos que quienes ahora rigen asumen entero eso de fructificad y multiplicad, ya que para ellos el ecosistema entero lo forman ellas y ellos (para eso de la corrección en el lenguaje no fallan -es lo único-). Y el resto de los seres vivos y el medio que los contiene son nada, regalo de dios: henchid la tierra, sojuzgadla, señoread. No importa si devastan, si el territorio luce metafóricamente marchito, repartido entre los violentos que tiran más balas y los ricos (políticos o no) que más enriquezcan; políticamente puesto para los fines de quienes al no interesarse por el ecosistema entero no entienden que la lápida que cincelan también los cubrirá.

¿Y el resto de los que conforman el tal ecosistema? Los medios de comunicación no cooptados, analistas, opinadoras, opinadores, empresarios, cierta academia y la clase política, con el Poder Judicial incluido, ajena a la tribu del investido Moisés, sin atreverse a quitar la mirada de la pandilla regente para ejercer de agoreros y anunciar el ineluctable advenimiento del caos. Otros, fascinados (o sea, engañados, alucinados, ofuscados). Las más y los más, en lo de siempre: sosteniendo a todos los otros, trabajando, creando, resistiendo, migrando, sobreviviendo y solidarizándose con los vulnerables, o sea, moldeando la esperanza como posibilidad, no mero ensueño. ¿No será que es más importante mirar y acompañar y sumarse a las mujeres y los hombres de este último elemento del ecosistema que en los depredadores que están en la cima? Bien lo sabemos: la culpa no es de los tlaxcaltecas, tampoco de la Biblia, sólo sucede que cuando tenemos miedo nos traicionamos.

agustino20@gmail.com

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