En menos de veinte años, Estados Unidos, considerado el país más poderoso de la tierra, ha pasado por dos severos golpes que le han humillado ante todo el mundo. El primero ocurrió el once de septiembre de 2001, cuando, según la versión oficial, el terrorismo internacional derribó las Torres Gemelas de Nueva York y atacó el Pentágono. Como se recordará, en aquella ocasión todos los sistemas de seguridad, inteligencia y espionaje norteamericanos fallaron. De cualquier manera, la agresión venía de fuera y no era del todo injustificada, por más que el fin nunca justifique los medios.Haciendo eco de los discursos de los senadores norteamericanos, el seis de enero de 2021 también pasará a la historia de ese país como un día aciago. Sólo que esta vez el ataque no vino de fuera, sino desde dentro. No tuvo lugar en Hong Kong o en Santiago de Chile, o en el Capitolio de Bielorrusia, o de Venezuela, sino en el emblemático edificio del Congreso federal, en la ciudad capital de Washington. Seguramente todos los agentes de inteligencia estadounidenses se quedaron sorprendidos al observar que acciones organizadas por ellos en tantos otros países, estaban ahora ocurriendo en el suyo, una verdadera sorpresa.En ese mismo espacio del asombro, el autor intelectual del atentado contra las instituciones democráticas de la nación no era un dictador bananero o petrolero, tampoco un grupo terrorista islámico, sino el propio presidente del país todavía en funciones o en disfunciones.Humillación penosa toda vez que Estados Unidos se ha proclamado desde sus orígenes el paladín de la democracia y de la civilidad, por lo menos hacia dentro, y seguramente en su propio ámbito lo ha sido y con un notable éxito, hasta la llegada de ese profundo malestar interno de las sociedades postmodernas, insatisfechas, temerosas de perder lo alcanzado, estancadas en una medianía económica que les parece insufrible, en franco retroceso hacia un ostracismo individualista y violento que les lleva a la xenofobia militante, al tribalismo primitivo, a buscar chivos expiatorios en los que son diferentes, en especial los inmigrantes, a plegarse bajo las banderas del extremismo sea de derecha que de izquierda. ¿No fue así que llegaron al poder todos los grandes dictadores del siglo XX en Europa?Desde su primera campaña, Donald Trump supo canalizar esas energías reprimidas, seguramente compartiendo en buena medida las ideologías de fondo, como lo ha mostrado su discurso permanente, avalado por una forma de ser que se identifica muy bien con esa nueva anarquía social de los países otrora civilizados, con esa búsqueda del líder prepotente y despótico con el cual se identifica muy bien los extremistas; pero de igual manera utilizó a sus seguidores para que confirmaran sus acciones, pues la reelección avalaría la gestión desarrollada, y alimentaria de sus ego desbordado, no olvidemos que es el segundo presidente norteamericano en no ser reelecto en toda la historia de ese país, una humillante reprobación difícil de sufrir para personalidades como la suya.Quizá en delante, todo aspirante a puestos de elección popular deberá someterse a un minucioso examen psicológico que prevenga a la sociedad de líderes con psicopatías incompatibles con la función pública.armando.gon@univa.mx