Solía decirse que uno compraba el New York Times por la mañana no sólo para informarse sino para comprobar que el mundo todavía existía. Esta expresión resume una época, la de los grandes medios de referencia, que finalizó con la irrupción del internet y las redes sociales. Si bien se transformó el ecosistema mediático -ahora el amateurismo youtuber invade las pantallas y la propaganda se cultiva en granjas de bots-, hay cosas que nunca cambian. Una de ellas son los valores fundacionales del periodismo. El periodismo directa o indirectamente ha concentrado gran parte del debate público nacional. Desde los reportajes de ProPublica y el New York Times con fuentes anónimas y la réplica inédita de López Obrador hasta la ventilación ilegal del teléfono de una periodista. También la entrevista de Inna Afinogenova al Presidente, su confrontación con la prensa, el rol de los medios tradicionales y la campaña digital #NarcoPresidente. Sin embargo, sólo hablaré del uso de fuentes anónimas en periodismo. Ahí reside, creo, una parte clave del debate. El Consultorio Ético de la Fundación Gabo fue creado en el 2000. Lo dirigió el periodista colombiano Javier Darío Restrepo hasta su muerte en 2019. Es una plataforma en línea en donde periodistas envían sus preguntas ante dilemas éticos -sólo Restrepo respondió mil 960 dudas. Hoy el Consultorio Ético está a cargo de las periodistas Yolanda Ruiz Ceballos y Mónica González. En el buscador hay varias entradas relacionadas con el empleo de fuentes anónimas. Todas coinciden: no es lo ideal pero se pueden usar. La única condición es que sean sólo un punto de partida de una historia que el periodista debe corroborar rigurosamente con fuentes alternativas. En otras palabras, chequear, verificar, comprobar. De no hacerlo, se pone en riesgo el crédito profesional del autor y el medio. Ahora, el tema importa mucho. No es lo mismo las versiones anónimas de agentes de inteligencia sobre un supuesto narcopresidente que un asunto cuya omisión gubernamental pone en riesgo la vida de una o varias personas. Hay cuestionamientos que uno debe hacerse sobre la publicación con anónimos: ¿qué busco con esa información? ¿Qué impacto puede tener? ¿Puede ser utilizada como propaganda o demuestra claramente la existencia de un problema? Publicar información de fuentes anónimas sin corroborar expone al periodista a convertirse en el llamado “idiota útil” que favorece intereses aviesos o políticos. En la publicación del New York Times no se nota un esfuerzo por verificar más allá de dos o tres fuentes anónimas -da lo mismo una que cien si no se identifican. En ProPublica, el simple titular entre signos de interrogación se aleja de estos estándares. Cada semana casi invariablemente enfrento al menos uno o dos dilemas éticos grandes o pequeños. Uno sabe cuando se equivoca o cuando pudo hacerlo mejor. Por algo Restrepo decía que la ética periodística “no son los códigos sino ese impulso a ser mejor”.Nuestro trabajo como periodistas hoy está en el centro del debate. Sin embargo, la renuncia a querer ser mejores o la comisión de errores tampoco le da carta libre al poder para generalizar el descrédito contra la profesión. Mucho menos para vulnerar nuestra privacidad y, en un país como México, exponer nuestra seguridad.