Tú que en este momento lees estas líneas, sábelo, puedes considerarte un bien escaso, un lujo y un espécimen cada vez más raro, lector o lectora.La población lectora ha disminuido aceleradamente en México. En 2015, el 80.6% de los mexicanos reportó ser un lector habitual en cualquier soporte como libros, revistas, periódicos, historietas y páginas de Internet. Esa cifra disminuyó este año al 68.5%, según la encuesta del Módulo sobre Lectura (MOLEC) 2023 del Inegi, publicada hace unos días. La encuesta define al lector como “todo sujeto que declare leer cualquier material escrito, no sujeto a libros”. Es decir, no sólo leemos pocos libros sino que, en general, leemos poco (a veces ni los instructivos).Ese mismo documento revela que en México leemos en promedio 3.4 libros al año, una cifra que no ha variado mucho en la última década. En cambio, en países como Francia o Canadá, la población lee hasta 17 libros al año.En 2008, cuando se aprobó la ley de fomento a la lectura y el libro, comenzaron las primeras encuestas que alertaban sobre el bajo índice lector de los mexicanos. Hoy ya nadie se escandaliza.¿Qué ha desplazado la lectura? ¿Las redes sociales como Tiktok? ¿El streaming de series y películas? Sin duda, los hábitos digitales, grandes fuentes artificiales de dopamina, monopolizan nuestra atención.En este contexto revisé el informe sobre Guadalajara Capital Mundial del Libro que presentó la ciudad ante la UNESCO. Los resultados merecen un análisis aparte, pero hago algunos comentarios generales.De los “dos millones de beneficiados” que reporta Guadalajara en un año de actividades, un millón corresponde a “más de 30 ferias del libro” (no entiendo cómo realizaron el cálculo). Hubo esfuerzos claramente cosméticos: 200 bardas pintadas con frases de escritores, 16 bancas intervenidas en forma de libros o una inversión marginal de 2.5 millones de pesos para resanar y pintar algunas bibliotecas.Otros esfuerzos más trascendentes, como los talleres Capital en el Barrio, alcanzaron apenas a 142 personas. La colección Biblioteca Tapatía incluyó solo cuatro títulos y un tiraje de mil libros cada uno.En total el gobierno tapatío destaca una inversión de 100 millones de pesos y dos mil 600 actividades (hace un año prometieron mil actividades, por lo que superamos la meta o simplemente el cálculo ha sido más espléndido que real).En resumen, el documento no contiene nada extraordinario que no esté ya plasmado en las obligaciones básicas y mínimas de ley para un municipio en materia de promoción del libro y la lectura.La encuesta y el informe revelan una sola cosa: no existe una política rectora, congruente y sincronizada para promover la lectura en el país.Como si las instituciones educativas y culturales de los tres niveles de gobierno hubieran claudicado ante los tiempos digitales. Se sacraliza al libro, se le coloca en escaparates y ferias y se le festeja cada 23 de abril, pero en este país cada año hay menos lectores.¿Alguien tiene manera de hablar con el capitán sobre el rumbo de este barco? *** En “La interpretación de los sueños”, Freud describe un fenómeno: si soñamos que nos asaltan, el asalto nunca ocurrió, pero el miedo que sentimos al soñarlo es real.De este postulado surgen muchas implicaciones. Explica la pasión que muchos sentimos por las buenas historias en un libro, un periódico, el cine o incluso un buen chisme (una vez leí que el 65% de nuestras conversaciones podrían catalogarse como historias… o chismes).Son reales las emociones que nos genera un buen relato de ficción o no ficción. Un libro o reportaje periodístico de calidad son fuente de experiencias, sentimientos y conocimiento individual y colectivo. Eso nos humaniza en un mundo cada vez más violento y fragmentado en donde las experiencias vitales son sustituidas por experiencias de consumo. jonathan.lomelí@informador.com.mxJonathan Lomelí