Enrique Alfaro siempre ha basado su relato político en la creación de un enemigo que promete combatir. Los villanos que ha utilizado Alfaro se remontan al PRI y Aristóteles Sandoval en sus inicios (e incluso Raúl Padilla en Tlajomulco). Como alcalde de Guadalajara “enfrentó” a los medios de comunicación y al Gobierno estatal de Aristóteles. ¿Recuerdan el “yo los detengo y la Fiscalía los suelta”? ¿O la denuncia de la deuda pactada por el PRIAN que hipotecaba el futuro de los jaliscienses? Al iniciar su gestión como mandatario estatal, Alfaro designó a AMLO como su villano favorito. Pero calculó mal su fuerza frente al Presidente y una dignidad flexible le permitió recular a tiempo. A los pocos días de subordinarse a AMLO, en agosto de 2021, inventó el pleito con Raúl Padilla López. Su estrategia política requiere siempre un archienemigo, pero acepta otros pequeños obstáculos que cumplen el mismo fin por episodios. Pueden ser fuerzas de la naturaleza como el cambio climático o incluso nosotros los ciudadanos. Por ejemplo cuando nos regañaba por tirar basura y provocar inundaciones, o cuando acusa que los delitos sexuales, contra la mujer y la familia, no son un asunto del Estado sino responsabilidad exclusiva de sus malos gobernados. Bajo ese supuesto incluso nosotros funcionamos como adversarios para sostener su narrativa heroica. El gobernante que a pesar de sus gobernados hace siempre lo correcto. Entre políticos polarizadores como AMLO y Alfaro, el villano es el motor de la historia (Padilla López, los conservadores, la oligarquía empresarial, los políticos del “pasado”). Sin la figura de un archienemigo no hay relato ni justificación para la existencia del héroe que ellos encarnan. Sin el villano, el protagonista carece de meta: salvar al planeta, rescatarnos de la corrupción, protegernos de los malos gobernantes, llevarnos a un paraíso de prosperidad. Siempre necesitan un villano. Lo necesita su ego y esa autoexigencia fanática de su politiquería para enfrentar males imaginarios (más fáciles de enfrentar que los males reales). El villano crea situaciones para lucimiento del héroe. Por eso su función primordial es destacar la nobleza del protagonista. Ese realce surte un efecto seductor en la audiencia, en este caso en el votante, porque estos políticos piensan, gobiernan y deciden en función de las necesidades del votante, no del ciudadano. Son dispositivos para ganar elecciones y una elección sólo se gana con una buena historia: la del héroe contra el villano. En Morfología del cuento, Vladimir Propp clasificó las funciones y personajes del cuento popular ruso. El agresor, equivalente al villano, combate y asedia al héroe: «Su papel es el de turbar la paz de la familia feliz, provocar una desgracia, hacer el mal, causar un perjuicio».La naturaleza del villano surge de una reducción de la realidad a bueno-malo. Maniqueísmo puro con un fundamento de origen religioso comprensible para cualquiera: nosotros los buenos contra ellos los malos. Cualquier diferencia se zanja con el terror y la regresión. Nos amenazan fuerzas anárquicas, intereses oscuros y encubiertos del villano y sus secuaces, maledicencias que sólo nuestro héroe ve y advierte. De esta manera, el suicidio de Padilla López adquiere el halo de una jugada final vencedora en la rendición: dejar en la orfandad de un villano a Enrique Alfaro. Por todas estas razones, se busca villano. Informes: Casa Jalisco. jonathan.lomelí@informador.com.mx