Escribir un artículo para ser publicado el último domingo que Andrés Manuel López Obrador será presidente de México puede significar mucho o muy poco. No bien se expresa esto, aparece el imperativo sexenal: matizar lo que respecto a él se afirme, porque con AMLO nunca se sabe: 29 de septiembre de 2024, su último domingo como presidente en funciones, pero bien puede seguir presidiendo a la manera divina: Claudia Sheinbaum en la Silla del Águila y él en el cielo, la tierra y en todo lugar. Absténganse censoras de la violencia política en razón de género, el presentido gobierno bicéfalo no se deberá a que Sheinbaum es mujer, sino a que así es López Obrador: igual haría si quien rigiera fuera varón.Pero, ¿con el presidente nunca se sabe? Luego de que durante seis años tuvo a la tal águila del asiento de Palacio Nacional agarrada del pescuezo, zangoloteándola a su antojo (inmutable tradición presidencial) ¿no aprendimos algo? Desde el espacio público y político del país que equivale a un aula, y más por la forma didáctica que López Obrador eligió para sus conferencias matutinas, es deseable que hayan ocurrido aprendizajes; aunque seguramente no todas, no todos aprendimos lo mismo, a pesar de que la lección verborreica del presidente y los resultados de su gobierno fueran aparentemente parejos.Hay a quienes el presidente-profesor les cae muy bien, lo quieren y recibieron acríticamente sus palabras, sus aspavientos y sus hechos, los celebraban de antemano porque provendrían de él. Hay quienes se alejaban de la clase nomás al verlo entrar al salón y oírlo hablar, descalificándolo a priori con imprecaciones. Hay quienes aseguran fueron capaces de sopesar las acciones, los saberes y las palabras del maestro con la más alta objetividad, se preciaron de atender desapasionadamente sus obras y las consecuencias de éstas. Y en el centro de la cátedra hubo mujeres y hombres que mediante una módica suma o simplemente por la emoción de ser queridos por el mentor, formaron una mezcla de las especies delineadas: López Obrador les cae bien y lo quieren pero de cuando en cuando, para mayor eficacia de su encargo, y tal vez para soltar la presión de su conciencia, simularon denostarlo; sienten haber sido imparciales y van por el mundo insinuando que lo único que los movía era exponer criterios de elevada manufactura intelectual y literaria, si al final quedan como apóstoles autoerigidos es quizá por el aire que se dan de amanuenses del registro histórico de un estadista.En medio de un salón así de plural, aventuremos aprendizajes que no sería estéril haber obtenido. Amago de inventario para sortear al gobierno por venir. Esta puede ser el primero: los insultos, las descalificaciones de toda índole, inclusive las intelectualizadas (democracia, república, división de poderes, federalismo, ciencia política), produjeron nada para la oposición, en lo electoral, nada en lo político; y alegar airadamente que todo lo que hacía estaba mal se tornó alusión al pasado, parecía sugerir que el antes del que López Obrador se asió para ser presidente fue mejor o menos peor, con lo que se robustecía su discurso de moral maniquea.¿Aprendimos que la economía y sus indicadores predilectos -tipo de cambio, PIB, inversión extranjera, remesas- tienen que ver marginalmente con la intervención del presidente? Incluso materias sí relacionadas con su gestión: estado de derecho (difuminado), infraestructura (deficiente), inseguridad pública, finanzas nacionales manejadas como si de una abarrotera se tratara y diplomacia vulgar, de chulo de barrio, le hacen puras cosquillas al capital que tan campante circula y se acumula, para las mismas manos y a costillas de los de siempre. ¿Habremos aprendido que la justicia, la igualdad, el acceso a derechos como la salud y la educación, la rendición de cuentas, son asuntos que dependen poco de la evaluación del estatus de categorías de la economía, las que sobre todo exhiben el vigor o la debilidad de los negocios de dos élites, la política y la empresarial? A cada crítica que López Obrador recibió sobre su política social, por los cientos de miles de homicidios, por las decenas de miles de desaparecidos, por la falta de medicinas, por el control extenso del crimen organizado, opuso consistentemente tres argumentos: exageran mis adversarios, la economía va muy bien y (por eso) el pueblo está conmigo.¿Aprendimos que ante lo mal que están las cosas el único lujo que no nos podemos dar es considerar que quien no piensa como nosotros es el enemigo? ¿Aprendimos que para las realidades concretas que nos envuelven no es lo mismo fe que conocimiento? Unos reniegan del presidente porque es él y en consecuencia reniegan de quienes lo apoyan, y viceversa. A los primeros ¿aprendieron que la animadversión no melló su popularidad y que el gobierno siguió haciéndolo mal? Y a los segundos ¿aprendieron que su apoyo incondicional no hizo que la gestión lopezobradorista redujera la corrupción, fortaleciera la seguridad pública, al medio ambiente? No quebró el sistema que perpetúa la pobreza y la desigualdad. Y todas, todos ¿aprendimos que las actitudes que polarizan nomás benefician a la clase política formada por los políticos de todos los partidos? Esas actitudes consignan a las personas al papel de comparsas que legitiman el estatus quo y sólo les es permitido ponerse del lado de un bando u otro. Y ante esto ¿qué debe esperar Claudia Sheinbaum? Ciudadanos urgidos por comprobar que la facción que eligieron tiene la razón, dejando pasar las mentiras y el engaño porque se trata de ganarle a los otros a cualquier costo; o ciudadanos que aprenden y exigen seguridad, justicia, derechos y libertad, desentendiéndose de fervores dizque políticos pensados nomás para excluir y para los que la gente es máscara de ambiciones y venganzas personales, aunque la llamen pueblo bueno y ahora pueblo amado.agustino20@gmail.com