Sábado, 23 de Noviembre 2024

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Retos globales, soluciones norteamericanas

Por: Alan Bersin y Tom Long

Retos globales, soluciones norteamericanas

Retos globales, soluciones norteamericanas

La Cumbre de Líderes de América de Norte, originalmente agendada para noviembre de 2022, volverá el 9-10 de enero de 2023 a la Ciudad de México (CDMX), según las palabras del Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Como suele pasar, la atención de Estados Unidos está en otras partes: la invasión rusa en Ucrania, los resultados de las elecciones intermedias y las presiones inflacionarias. Sin embargo, por muchas de estas mismas razones, la reunión en CDMX es una oportunidad que el continente no puede desaprovechar.

La rivalidad geopolítica es cada vez más intensa, los precios de la energía se han disparado, la crisis medioambiental se agrava y las cadenas de suministro son cada vez menos estables. Estos factores están provocando cambios en el modelo de “Globalización 1.0” que surgió en las últimas tres décadas. Durante varios años, las empresas dieron prioridad a la reducción de costos, a la eficiencia logística y a la optimización del capital por encima de todo.  El contexto global actual requiere un ajuste de prioridades donde se debe dar más peso a la incertidumbre internacional, a los cuellos de botella en cadenas de suministro y a la sustentabilidad en los procesos de producción.

En preparación a la nueva “Globalización 2.0”, Estados Unidos necesita voltear a ver a sus vecinos y formular un plan para crear una “América del Norte 2.0”. La próxima Cumbre de Líderes de América del Norte presenta esa oportunidad para dar un primer paso y construir de la mano de Canadá y de México. El presidente Biden debería llegar a CDMX con una visión audaz para fortalecer la cooperación trilateral -donde esta sea necesaria y factible- y reforzar el liderazgo global de su país. Así también se crean nuevas posibilidades para México.

Sin embargo, en lugar de ser visto como una oportunidad para fortalecer a México y a Estados Unidos, la idea de América del Norte ha servido con demasiada frecuencia como chivo expiatorio para los problemas de la región. Por un lado, se le echa la culpa por cambios drásticos en los mercados de trabajo y se le presenta como una fuente de inseguridad. Por otro lado, ésta también representa una fuente importante de crecimiento económico, de comercio y de creación de empleo. En cualquier caso, las amplias oportunidades que ofrece América del Norte no se han aprovechado al máximo y podrían volver a desaprovecharse sin un liderazgo consciente sobre los últimos cambios internacionales.

Juntos, los tres países cuentan con una envidiable variedad de activos estratégicos que serán claves en el desarrollo del nuevo orden mundial que está surgiendo. Nuestra región tiene una demografía eminentemente favorable, enormes recursos energéticos y una avanzada plataforma de producción compartida. Si bien ciertamente existen desacuerdos intrarregionales, América del Norte sigue siendo una zona de estabilidad geopolítica. Las sociedades de América del Norte están fuertemente entrelazadas y comparten un respeto generalizado (aunque imperfecto) por los valores y prácticas democráticos.

Juntos, el comercio entre los tres socios principales de América del Norte (México, Canadá y los EU) asciende ahora a 1.5 billones de dólares anuales. Gran parte de este se encuentra en sectores avanzados como automóviles, aviación y dispositivos médicos. Debido a la estrecha integración de las economías de América del Norte, este comercio también proporciona un mayor beneficio económico: las inversiones en Canadá y México amplifican las ganancias en Estados Unidos y viceversa.

Pero para capitalizar esas ventajas, debemos repensar cómo México y sus vecinos se relacionan entre sí. A medida que se reconfiguran las cadenas de suministro y se busca acercarlas a la región (nearshoring), la idea de América del Norte cobra importancia en las comunidades empresariales de Canadá, México y EU. Entre otras políticas, flujos migratorios mejor gestionados, nuevas inversiones en el desarrollo de la fuerza laboral y la movilidad transfronteriza aumentarán nuestras ventajas comparativas con respecto de otros bloques y mejorarán el bienestar de las personas. Las inversiones en infraestructura y una mejor coordinación regulatoria podrían hacer que las cadenas de suministro de América del Norte sean más eficientes y estables que las alternativas actuales (China y el Sudeste de Asia). Con el liderazgo adecuado, América del Norte puede tomar la batuta en una revolución energética que mejore la calidad de vida de todos al mismo tiempo que se cumplen con metas de sustentabilidad.

El proceso de repensar América del Norte comenzó con la renegociación del TLCAN hasta convertirse en el T-MEC en el 2020. Éste último ofreció mejoras en áreas como comercio digital y la protección de los derechos de los trabajadores. Sin embargo, el T-MEC surgió en un contexto de amenazas arancelarias y de la construcción de muros fronterizos. Como resultado, el T-MEC no logró ofrecer una plataforma más ambiciosa para crecer juntos, ni puso en la mesa una agenda para lograr una mayor cooperación regional.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha mirado por encima de su vecindario inmediato para enfrentar distintos retos geopolíticos. Aunque las soluciones para muchos de nuestros desafíos están cerca de casa, con demasiada frecuencia se pasan por alto. A pesar de esta negligencia, ahora resulta imposible negar la importancia de Canadá, México, y también de los países de América Central y el Caribe, en la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos. México se enfrenta con esta realidad diariamente. Debido a que nuestras sociedades y economías están tan cada vez más conectadas, invertir en relaciones más fuertes puede generar importantes beneficios en casa.

Traducción Diego Marroquín

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