Resistir a la censura es una decisión que cuesta, y mucho. Es una decisión difícil, y un trabajo doblemente arduo de quien se aventura a defender una idea, la que sea, sobre todo cuando se hace de manera individual. Actualmente, la resistencia ha creado lazos, es colectiva, eso hace la fuerza y crea movimientos y visualiza problemas que al luchar por ellos generan cambios. O por el contrario, desde una individualidad se lucha contra esa censura que invalida, que borra y anula.En días pasados, una de las presentaciones en la Feria Internacional del Libro me hizo pensar lo poderosa que era la imagen del título “Donde se queman libros”. Y al igual que Ethel Krauze, Shophie Goldberg y Tamara Trottner, las autoras que presidieron la mesa de diálogo, la primera imagen que viene a la mente es aquella hoguera en la que se quemaba el conocimiento, los libros prohibidos e incluso a las mujeres acusadas de brujería o herejía, un feminicidio brutal impune que cobró cerca de 80 mil vidas entre el año 1400 y el 1750.Terrible pensar que sucedió, pero así fue, y esas hogueras siguen estando vigentes hoy en día. Las hemos encendido todos, incluso sin darnos cuenta. Pueden ser tan evidentes como una ley marcial, la imposición de una burka, una ley de silencio o una regla en casa sin negociación posible. ¿Acaso los padres no ponen límites en casa? ¿O las escuelas? ¿O los centros de trabajo?La resistencia a la censura es lo que hace la diferencia, sin embargo, aún con esa resistencia manifiesta las cosas permanecen, por fortuna nada dura para siempre. Las mujeres afganas siguen en la lucha contra la imposición Talibán de negarles el derecho a la educación o simplemente a hablar en público; sin embargo, la represión es tal que sin apoyo de la misma sociedad será imposible, hasta que otra intervención extranjera suceda y vuelva a cambiar las cosas.El hiyab islámico que tanto defiende la Policía de la Moral debería ser una elección personal de las mujeres; una prenda de ropa impuesta por los hombres no las define, y aún así las sanciones por no usarlo las llevan incluso a la cárcel y a la tortura en Irán.Es así como se queman los libros, coartando las libertades y las ideas, prohibiendo que hombres, mujeres y la comunidad transgénero puedan crecer en libertad.Más allá de lo que vemos de fronteras para afuera, hay que observar lo que vivimos en nuestro entorno, en nosotros mismos. Sobrevivimos a la censura todos los días. ¿Cómo nos autocensuramos o cómo censuramos a otros; en qué momento una idea se apaga porque otro opina que no es lo suficientemente lógica o brillante o trascendente?Ya decía Malala Yousafzai que la voz tiene poder, el terrorismo no se combate con violencia sino con las palabras y es en la acción de ese discurso que las cosas cambian, las palabras en blanco y negro no son suficientes, se necesita la acción: en la enunciación está el poder. Así cambian las leyes, así cambia el rumbo de los países, así las mujeres han encontrado espacios que antes les fueron negados; no es la fuerza de sus puños sino la de sus palabras la que ha hecho posible el cambio, lo sabe Gisèle Pellicot y Simone Biles, que pusieron en el ojo público una problemática que no podemos ignorar, lo sabe Olimpia Coral y Norma Piña y Karla Planter y Claudia Sheinbaum, y todas hicieron un esfuerzo para lograrlo. Y todas esas mujeres anónimas que durante siglos resistieron la censura para que las mujeres hoy no vean quemadas ni sus ideas ni sus cuerpos. Ya lo decía Ray Bradbury: “Hay más de una manera de quemar un libro. Y el mundo está lleno de gente corriendo con fósforos encendidos”.