Solo la muerte puede sacarnos del tiempo.Nos saca y nos hunde en la nada…Al morir nos volvemos una rasgaduraen el torrente del propio tiempo. Miguel León-PortillaUn año casi exacto media entre los traspasos de este Miguel y de Enrique Dau, cuya coincidente grandeza permite asociarlos en el enorme respeto que merece la memoria de ambos.Fueron dos formas distintas de gran calidad: ejemplos cada una de extraordinaria humanidad. ¡Cuán diferentes fueron!, uno de letras muy bellas y el otro de magníficas acciones y, sin embargo, ¡qué gozo fue cuando se pudo reunir a dichos ejemplos de humanidad!¡Cuán diferentes fueron! Y ambos quedan adheridos a más no poder en mi mayor gratitud y orgullo por haber formado parte de sus vidas y, sobre todo, que ellos lo hayan sido de la mía. No podría, aunque quisiera, desprenderme de ninguno de los dos.Pensar en ambos desde mi nueva soledad, lo hago con la fuerte acidez de un gran vacío, pero también me enaltezco envanecido por el singular privilegio de haber disfrutado a tal grado de aquellas amistades. Debo de aferrarme a ellas para no perder el rumbo sin la cauda de experiencias que me habrán de permitir seguir siendo lo que soy que, en muy buena medida, es la resultante de casi medio siglo de ir y venir por la vida con la compañía de uno y de otro.Miguel nos fue acostumbrando a su partida durante diez meses de dolorosa agonía. Enrique nos deja la obligación de hacernos al ánimo de su muerte súbita.De Miguel ¿qué puedo decir que no se haya dicho? Sintetizaré recordando tan solo que es el único hispanohablante que fue declarado en su momento “Leyenda Viviente de la Humanidad”.De Enrique podría decir mucho más: pervive, por caso, en mi memoria, un recorrido de casi un mes, codo con codo, aspirando los anhelos de libertad de Cataluña y Euzkadi y haciendo un balance conjunto de un sexenio que había terminado. Asimismo se habló de una retahíla de proyectos que hervían en su mente y unos pocos que lo hacían en la mía.Cabe recordar que un hombre como él, que hizo tantas cosas, tenía por fuerza que haber hecho además muchos planes que no logró realizar. Dau era un hombre práctico y ejecutivo, pero su acción era producto también de sus ilusiones previas a una ulterior y feliz realización.No me atrevo a decir más, de momento. La muerte de Dau me llena de angustias e íntimas obligaciones con su memoria. Su legado es prácticamente inabarcable: en los ámbitos más diversos aparecen gestas benéficas que los jaliscienses no solo tenemos el derecho de conocer sino la obligación de preservar, pero habrá que comenzar con el recuerdo perenne de Don Enrique Dau Flores, mi hermano mayor.