La pasada semana quise mostrarles mi proyecto de lectura para este año y causé confusión entre algunos que quedaron asombrados de mi orden de lectura, sobre todo en aquellos que conocen mi proverbial desorden en esa materia, de tal manera que, aclarando el punto, desde hace muchos años tenía pensado, más bien soñaba con leer clásicos un año y, otro año, literatura moderna; pero como bien dijo Calderón de la Barca, la vida es sueño y los sueños, sueños son.Pues nunca se me ha hecho y casi siempre he leído lo que me ha caído y fundamentalmente en desorden, porque tenemos que reconocer que los humanos hemos sido, en general, caóticos y aquello de programar ha quedado en buen deseo, pues además hay muchísima obra clásica y ya no digamos nuevas publicaciones que cada día aparecen.También me sucedió con un libro que me gustó mucho, que lo perdí o lo regalé: se trata de A la luz de los candelabros de Sándor Márai, editado por Áncora y Delfín, que leí en mi adolescencia; años después quise releerlo y no lo encontré, y durante mucho, pero mucho tiempo cada que entré a alguna librería preguntaba por esta obra sin que pudiera encontrarla, hasta que, resignado a no hallarla, un día en Madrid mi actual esposa vio un libro del mismo autor denominado El último encuentro y al leerlo me di cuenta de que era la misma obra, solo que le cambiaron el título, pero me sirvió, ya que esta edición fue preludio de una docena de excelentes libros de su autoría.Y es que la relectura tiene un placer particular porque conociendo la trama empiezas a gozar el texto, el uso del idioma en plenitud, que autores como Rulfo hacen que las palabras suenen con todo su significado real.Otra novela que me encantó fue Los bandidos del volcán o la hija del bandido, de la autoría de una dama de Zapotlán El Grande, doña Refugio Barragán de Toscano; léanla y no se arrepentirán, y no conozco más literatura de ella, pero creo que hay muchas más obras suyas que desconozco.Hubo a principios del pasado siglo un grupo que publicó varias revistas que tienen cosas muy valiosas; entre otros, se reunían Alfonso Gutiérrez Hermosillo; leí una traducción de Valéry hecha por don Efraín González Luna; me acuerdo de un hombre cultísimo, don Arturo Rivas Sainz, quien dirigía las revistas Eos y Summa, entre otras. También de Navarro Sánchez, de su esposa y de su hijo Navarro Hidalgo, que tenían la revista Et cætera y ahí escribía gente tan talentosa como el señor Toscano; la finísima poeta Paula Alcocer; Ramón Rubín, excelente novelista; don Salvador Echavarría; José María Muriá y su padre; Agustín Yáñez; Gómez Robledo; Ruiz Medrano y más figuras que se reunían en la librería de Font a charlar y que, desde luego, a los más jóvenes no nos invitaban a esas reuniones, aunque separados eran buenas personas con nosotros.@enrigue_zuloaga