Con amor para mi hermanita Coco (+)Buenos días. Mientras escribo estas líneas, desconozco el resultado del proceso electoral que ayer debió concluir. Tengo ganas de abrazarte, sí, a ti, a quien generosamente lees la columna que semanalmente te comparto; a ti, que la recibes por medio de mi jefe de circulación, el compañero José Herminio Jasso; a ti, con quien ocasionalmente nos encontramos en la edición de El Informador. Sí, después de tantos días de descalificaciones, impertinencia e improperios, necesito abrazarte. Necesito creer nuevamente en la razón y en el amor, en las buenas intenciones y en la rectitud. Han sido tantas las horas consumidas denostándose, tantos los dineros públicos tirados a la calle, tantos los recursos dilapidados en nombre de la democracia -en la que, por cierto, algunos no creen-, que es imprescindible recuperar la confianza en el vecino, el compañero, el amigo: el otro. Necesitamos alejarnos rápidamente de los días pasados. Es imperioso tomar distancia, salir del agobio y las presiones de quienes intentaron imponer su voluntad. Urge recuperar la certidumbre en el futuro. No sé si triunfó la soberbia sobre la humildad, si quienes han abusado del poder lograron su objetivo y si el Gobierno -utilizando los recursos públicos- derrotó a la democracia. Se llegó el momento de desnudarse, fuera máscaras, fuera caretas. La verdad poco a poco emergerá, los discursos vacíos de contenido, las estridencias y las promesas vacuas cederán el paso a la realidad. Si por el contrario, la sociedad, en el legítimo derecho que le asiste, logró la mayoría, tiene enfrente un reto formidable: la reconstrucción del país y sus instituciones. Los quebrantos económicos y el restablecimiento de la concordia entre nosotros exigen, no tan solo una enorme disposición, sino una fortaleza emocional excepcional. Destruir es fácil. Construir, reparar el tejido social y reestablecer la confianza es tarea colosal. Todos, absolutamente todos, deberemos participar. Lo que estoy planteando es sumamente difícil. Cuando la inquina se incuba en el corazón de la sociedad, el futuro se vuelve azaroso. Soy optimista. México tiene los recursos humanos, económicos y organizacionales para salir adelante. Hemos superado, tan solo en los últimos tiempos, la pandemia y su casi millón de muertos, la simulación del combate al narcotráfico, los feminicidios, la desaparición y asesinato de miles de personas, así como latrocinios de los bienes públicos, la creciente carestía, abusos, gobiernos corruptos, incluso presidentes mesiánicos, y aquí seguimos. Con justa razón, muchos buenos mexicanos emigran en busca de un mejor futuro; dejan sus casas, pero no sus raíces. Necesitamos hacer de México un país de oportunidades. Que nuestros hijos y sus hijos no se transterren en busca de lo que aquí deberían encontrar.Cualquiera que haya sido el resultado, tenemos que dar vuelta a la página y retomar el camino. Somos inteligentes, trabajadores -bueno, algunos no tanto-, afectivos, ocurrentes y, cuando nos comprometemos, ordinariamente, cumplimos. Tenemos virtudes y defectos, pero son más nuestras cualidades. Reconozcámonos como lo que somos: mujeres y hombres que amamos la libertad. Sí, hoy más que nunca, necesito, reclamo tus abrazos. Dios guie nuestros pasos.