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Reapertura de fronteras: ¿el principio del fin?

Por: Alan Bersin y Diego Marroquín Bitar

Reapertura de fronteras: ¿el principio del fin?

Reapertura de fronteras: ¿el principio del fin?

El 8 de noviembre, el gobierno de Estados Unidos levantó las restricciones al tráfico transfronterizo definido como “no esencial” en sus fronteras después de 20 meses de cierres parciales para visitantes y turistas. Estas medidas fueron impuestas temporalmente al inicio de la pandemia y han sido renovadas cada mes desde marzo de 2020. Muchas personas han aplaudido la decisión de la Casa Blanca para relajar las restricciones al movimiento de personas y permitir los cruces transfronterizos siempre y cuando se cumplan con los requisitos de vacunación contra el coronavirus. De la misma forma, Estados Unidos eliminará las prohibiciones a viajeros de 33 países si presentan una prueba negativa antes de sus vuelos.

En conjunto, pareciera que estas medidas marcan el principio del fin de los efectos adversos del COVID-19 sobre la movilidad global, incluyendo los cruces en la frontera México-Estados Unidos.

Sin embargo, esta visión optimista es incorrecta. A lo mucho, estamos viendo las primeras etapas de un nuevo proceso regulatorio fronterizo que tomará años.

Primero, la reapertura en Estados Unidos puede ser temporal y las fronteras podrían cerrar nuevamente en caso de que surjan nuevas variantes de este virus impredecible. Segundo, en la práctica, la gestión de flujos migratorios transfronterizos a partir del 8 de noviembre sigue estando al aire. El Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés) y la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) no han especificado con precisión cómo es que las personas podrán demostrar su elegibilidad para viajar y, como resultado se anticipa que los tiempos de espera incrementarán de manera importante. Pero se avecinan problemas aún más grandes en el horizonte. Por ejemplo, no se ha pasado factura del impacto de la pandemia en nuestras fronteras. Después de los ataques de Al Qaeda del 9/11, el paradigma de gestión de fronteras cambió por completo bajo una nueva lente antiterrorista.

En este sentido, la pandemia ha tenido exponencialmente más consecuencias para la sociedad estadounidense y sus fronteras que las sangrientas acciones de Osama Bin Laden hace 20 años.

Hasta ahora, 750 mil estadounidenses han perdido la vida, 250 veces más que las muertes sufridas el 11 de septiembre. La fronteras norte y sur han permanecido cerradas casi dos años, a diferencia de unos cuantos días, como sucedió en 2001.

Lo que está en juego ahora es la incorporación de la salud pública en los esfuerzos de

seguridad nacional en Estados Unidos, incluida en la administración fronteriza. Las herramientas y técnicas introducidas después del 9/11 (gestión del riesgo, información anticipada, focalización, programas de viajeros y comerciantes de confianza, etcétera) conservan su valor, pero deberán adaptarse para tomar en cuenta la regulación de las enfermedades altamente contagiosas. En otras palabras, a diferencia del contexto terrorista donde el reto es identificar agujas de alto riesgo en el movimiento transfronterizo legal, el abrumador reto de salud pública de la pandemia implica un enfocarse en todo el pajar.

Aunque el proceso de revisión del nuevo statu quo fronterizo apenas está comenzando y probablemente requerirá la creación de una comisión nacional y una investigación análoga al informe del 11 de septiembre, pueden extraerse lecciones del desastre que sigue desarrollándose en cámara lenta frente a nosotros.

1. Nuestras fronteras compartidas en América del Norte merecen especial atención en lugar de ser tratadas como una parte más de las zonas de viajes internacionales.

Las restricciones a los cruces considerados “no esenciales” han sido devastadores para las comunidades transfronterizas, para sus familias y para las economías locales. Cuando se limiten los viajes por razones de salud o de otro tipo, las autoridades deben empezar, de manera inmediata, un proceso de desarrollo de criterios y requisitos para eventualmente reabrir las fronteras. Es necesario tener un plan, por pobre que sea, pero que pueda mejorarse en el camino. No puede juntarse a familias, migrantes irregulares y a terroristas en un grupo sin distinciones y dejarlos a su suerte durante meses.

2. El silencio del gobierno sobre la gestión de fronteras ante la sociedad en general y con las empresas ha sido ensordecedor. Las mejores soluciones se construirán de manera conjunta con el sector privado y la confianza de las comunidades involucradas es determinante en el éxito de las políticas públicas.

Para lograr lo anterior, es necesario una mejor recopilación, análisis y difusión de datos de salud pública y un compromiso con la emisión regular de lineamientos claros en el tema. La buena fe, el riesgo razonable —no la perfección y la tolerancia cero— deberán ser los estándares que rigen la elegibilidad en los movimientos transfronterizos.

3. El alcance y la planificación de esfuerzos necesarios deben coordinarse entre Canadá, Estados Unidos y México a nivel local, estatal/provincial y federal. Después de nuestra experiencia con el SARS y la gripe H1N1, se elaboraron planes de salud pública para América del Norte en 2007 y 2012, mismos que fueron ignorados cuando llegó la presión del COVID-19. Hemos (re)aprendido que los virus no respetan fronteras y deben enfrentarse a nivel regional. Actuar de manera unilateral, especialmente en el contexto de enfermedades contagiosas es el equivalente a tratar de aplaudir con una sola mano.

En resumen, el cambio que se avecina a partir del 8 de noviembre es positivo y sin duda crucial. Sin embargo, deberíamos verlo como lo que es: un paso preliminar, vacilante y retrasado, no como una solución definitiva.

Las piezas de la nueva normalidad a la que tendremos que adaptarnos no terminan de acomodarse y la mejor forma de identificarlas y buscarles lugar es a través de asociaciones público-privadas, consultas regulares entre gobiernos y comunidades, y una estrecha comunicación entre Canadá, Estados Unidos y México.

Durante la pandemia, el contacto constante entre autoridades, empresas y un andamiaje institucional renovado (TMEC) permitieron que no se interrumpiera el flujo de bienes en los tres países. Para asegurar la salud de los norteamericanos necesitamos más de esos mismos ingredientes.

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