El Gobierno no mintió cuando dijo que el Presidente Andrés Manuel López Obrador tenía COVID-19. Lo que ocultó es que el virus le produjo un infarto. Hasta anoche no estaba claro cómo iban a informar hoy por la mañana, ni tampoco si aceptarían que el Presidente había tenido una afección cardíaca seria, pero que lo tiene por ahora fuera de peligro. Las presiones sobre cómo van a informar, tras las preguntas que hizo la prensa ayer al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, en la mañanera, provocaron una reunión de emergencia en Palacio Nacional.Al momento de escribir esta columna no se sabían de las conclusiones, pero de acuerdo con fuentes gubernamentales, estaban reunidos los responsables de seguridad, economía y salud. Las preguntas que tendrían que dilucidar era qué iban a decir y quién lo iba a decir. Les urgía hacerlo porque los dos primeros días de enfermedad del Presidente habían sido un desastre. La Presidencia no deja semana sin tener una crisis, que se agudiza porque no sabe cómo enfrentar una crisis.Y cuando López Obrador no está en los controles, se potencia el caos y el Gobierno se vuelve un desastre. Eso es lo que está sucediendo con su salud, donde ni su vocero Jesús Ramírez Cuevas supo cómo actuar el domingo, ni el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, tuvo las luces para atajar los errores cometidos en la víspera y administrar el difícil momento por el que atraviesa el Gobierno.La cascada de rumores fue intensa desde el domingo, detonada por la inteligencia primaria de Ramírez Cuevas, que ante los primeros reportes del mal estado de salud del Presidente, primero en el Diario de Yucatán, un periódico crítico al Gobierno, y luego en el diario Por Esto, aliado incondicional de la cuatroté, mintió. Aseguró que el Presidente no estaba mal de salud y continuaría su gira por Yucatán. El propio López Obrador lo desmintió en un mensaje en Twitter, donde admitió que había suspendido la gira al haber dado positivo a COVID-19.Las especulaciones encontraron bases en el mensaje, cuya redacción es ajena al estilo del Presidente, y que incluyó la enigmática afirmación de “mi corazón está al 100”. ¿Por qué tenía que hablar del corazón en un tema de coronavirus? Quien lo escribió quizás estaba alterado por la conmoción y el miedo, olvidando que pudo haber utilizado la redacción de las dos veces anteriores en que resultó contagiado.El 24 de enero de 2021, López Obrador escribió: “Lamento informarles que estoy contagiado de COVID-19. Los síntomas son leves, pero ya estoy en tratamiento médico. Como siempre, soy optimista. Saldremos adelante…”. El 11 de enero de 2022, el segundo contagio, apuntó: “Informo a ustedes que estoy contagiado de COVID-19 y aunque los síntomas son leves, permaneceré en aislamiento y sólo realizaré trabajo de oficina y me comunicaré de manera virtual hasta salir adelante”. En el tercer contagio, el fraseo fue extraño: “Ni modo, amigas y amigos: salí positivo a COVID-19. No es grave. Mi corazón está al 100 y como tuve que suspender la gira, estoy en la Ciudad de México y de lejitos festejo los 16 años de Jesús Ernesto. Me guardaré unos días…”.El secretario de Gobernación, que desde ayer al mediodía interrumpió todas sus actividades político-electorales para estar atento a lo que sucedía con el Presidente, no pudo con el paquete. Dijo que el Presidente había tenido síntomas de resfriado el sábado por la noche y el domingo en la mañana, por lo que le hicieron pruebas de COVID-19 e influenza. López Obrador salió temprano del hotel donde durmió, con la cara demacrada y sin tomar ninguna medida contra probables contagios a otras personas que se le acercaran.Iba a desayunar en la base militar, pero no llegó. El secretario de Gobernación informó que ante la posibilidad de que saliera positivo a COVID-19, se decidió que regresara a la Ciudad de México alrededor de las 15:30 horas. “Hacia las cuatro de la tarde el resultado arrojó positividad a COVID-19”, agregó el secretario. El tuit de López Obrador confirmando que tenía el virus fue publicado a las tres de la tarde con 32 minutos.En lugar de administrar la crisis y aplacar los rumores confrontándolos con datos, el secretario los incentivó. Dijo que López Obrador regresaría a la mañanera en “dos o tres días”, lo que tampoco tranquilizó, sino que estableció una medición para continuar con la especulación. Si no regresara el martes o miércoles a la mañanera, dejaba como única posibilidad para frenar los rumores, dar a conocer un video donde emitiera el presidente un mensaje sobre su salud. A lo largo del día debieron haber entendido en Palacio Nacional que así no irían a ningún lado, por lo que se convocó a la reunión de una parte del gabinete.Había demasiada especulación y también empezaba a trascender información. Desde el domingo había fuentes de calidad que señalaban que sí había tenido un infarto López Obrador, que fue reportado primero el domingo por el Diario de Yucatán, que pese a los débiles desmentidos de la Presidencia, lo mantuvo en su titular principal ayer lunes, quizás escudados en el tuit de estar “al 100” del corazón. El Gobierno estaba obligado a modificar la estrategia de comunicación, lastimada, además de la incompetencia de Ramírez Cuevas y Adán Augusto López, por el método seguido en lo que va del sexenio de utilizar la mentira sin pudor y opacidad, con lo que remontar la percepción es más complicado.No se sabía hasta el cierre de la columna si dejarían que fuera el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, y/o los médicos que atienden al Presidente, quienes llevaran la voz cantante al reportar en la mañanera el estado de salud de López Obrador. Tampoco se sabe si revelaran que llegó de Mérida a revisión al hospital naval y de ahí lo trasladaron al hospital militar. Menos aún si reconocerán públicamente que, en efecto, tuvo una afectación cardiaca como resultado del COVID-19.