El anuncio del segundo bloque del gabinete mostró que sigue el forcejeo con Palacio Nacional. No provocará controversia porque está compuesto por personas con experiencia que llegan con fama pública a cuestas. Pero en los entretelones se ve el ajedrez que están jugando el Presidente Andrés Manuel López Obrador y su sucesora, Claudia Sheinbaum, que está capoteando inteligentemente las imposiciones de su mentor.La gran sorpresa en este bloque fue Raquel Buenrostro, incondicional del Presidente, que desde que era oficial mayor en la Secretaría de Hacienda tenía acuerdos directos con él. López Obrador la envió al SAT, donde aplicó una política de terror fiscal y de ahí la llevó a la Secretaría de Economía, para reducir el enfrentamiento comercial con la Casa Blanca.Buenrostro llegará a la Secretaría de la Función Pública, que aspiraba Javier Corral, que había sido otra imposición del Presidente a Sheinbaum. Corral le preparó un profundo rediseño de la Función Pública y un nuevo organismo, la Agencia Federal Anticorrupción, aunque no lo animaba y optó por irse al Senado. Para el cargo estaba lista Estela Damián, una política guerrerense muy cercana a Sheinbaum, que se quedó en el camino por la concesión que tuvo que hacer al Presidente.López Obrador, empero, quería a Buenrostro como directora de Pemex, y seguir la línea ideológica, aunque errática, encargada a Octavio Romero Oropeza, que se contrapone con la idea general que tiene Sheinbaum para esa empresa, a la que quiere sacar de los combustóleos y llevarla a energías limpias. Quién irá a Pemex, uno de los nombramientos más importantes y estratégicos de la próxima administración, es todavía un enigma.El primero en levantar la mano para dirigirlo fue el subsecretario de Hacienda Gabriel Yorio, que por su perfil financiero no es mal visto. Yorio, sin embargo, no se encuentra en el entorno de Sheinbaum, quien tiene a varios colaboradores que llenan el perfil, como Gerardo Esquivel, uno de los principales economistas en el equipo de la virtual presidenta electa, aunque no es del agrado de López Obrador. El darling de los medios para Pemex es Lázaro Cárdenas, que no tiene las herramientas técnicas y financieras para dirigir la empresa, pero tiene la marca, que no es suficiente para lo que busca Sheinbaum.Cárdenas, sin embargo, no está fuera del radar de la próxima presidenta. Le ofreció la Secretaría de Energía, pero hasta hace unos días no había dado respuesta sobre su decisión. Esa dependencia la había acariciado Jorge Islas, un académico de la UNAM con una visión nacionalista y moderna del sector, que escribió el capítulo energético del plan maestro que dio a conocer Sheinbaum en marzo “para la transformación”. La designación recayó en otra persona, Luz Elena González.La nueva secretaria de Energía fue secretaria de Finanzas en la Ciudad de México durante el Gobierno de Sheinbaum, y es una persona de su total confianza. González fue su emisaria para ofrecerle en diciembre al secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, quedarse en el cargo en la nueva administración para que manejara las apretadas finanzas que le iba a dejar López Obrador. Ramírez de la O negoció con González el plazo que aceptaría mantenerse en Hacienda, con la única petición de que le permitieran nombrar a la jefa del SAT y al director de Pemex. Al no llegar Buenrostro a Pemex, su titular se mantiene en el aire como el caso del SAT, donde todavía existe posibilidad de que Sheinbaum cumpla su promesa.Una que no pudo cumplir en este segundo bloque de nombramientos del gabinete fue el de Renata Turrent, que originalmente fue un nombre que presentó a López Obrador para convertirla en su vocera. No le hizo caso alguno, y su nombre evolucionó en jerarquía dentro del nuevo equipo. Sheinbaum pensó en la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, pero tuvo que ajustar para cumplir con el compromiso con López Obrador de tener un importante número de funcionarios actuales en su equipo en un gabinete transexenal. El nombramiento recayó en la actual subsecretaria Edna Elena Vega, una funcionaria con con gran experiencia en el campo en el cual se desenvolverá.Fue una decisión fina, como otras que realizó en este y el anterior bloque de miembros del gabinete, donde sin enfrentarse con el presidente integró personas capaces al nuevo equipo. Sin embargo, no fue el caso de David Kershenobich, futuro secretario de Salud, cuya designación no fue algo que se tuviera decidido hace tiempo. Hasta el lunes, no lo habían requerido.Su nombramiento, no obstante, será muy bien recibido. Es un afamado hepatólogo, nacional e internacionalmente, y hasta recientemente dirigió el Instituto Nacional de Nutrición. El problema que tiene es su edad (82 años) y ese cargo requiere mucho trabajo de campo, como por ejemplo en desastres naturales. Otro déficit es que no sabe nada de políticas públicas, indispensable para un buen desempeño.Kershenobich es un nombramiento de Sheinbaum, como lo fue el del próximo secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes, Jesús Esteva, actual secretario de Obras de la Ciudad de México, y muy cercano a la próxima presidenta. El encargo para él pasa por dos acciones estratégicas. La primera es una reconciliación con los constructores, con quienes se enfrentó Sheinbaum cuando llegó al Gobierno capitalino y canceló todas las construcciones, que frenó el desarrollo urbano. La segunda es la mano suave y el reconocido pedigrí ingenieril -por su famoso padre y por su muy capaz esposa-, que tendrá que utilizar en su trato con la Secretaría de la Defensa, para irles reduciendo gradualmente el papel de constructores que han tenido en este sexenio y recuperando el nivel y peso de la Secretaría en el desarrollo del país.La segunda tanda de nombramientos de gabinete no deja de reflejar la tensión que existe con Palacio Nacional por un equipo transexenal, pero también la forma como Sheinbaum ha ido logrando los acomodos con un equipo de calidad, cediendo ante López Obrador, pero estableciendo los términos de autonomía que requerirá a partir del 1 de octubre.