La captura de Ismael El Mayo Zambada y Joaquín Guzmán López dejó en entredicho al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pero a quien más exhibió el aparador de la incompetencia obradorista fue a Rosa Icela Rodríguez, la secretaria de Seguridad Pública, que es la que carga con la responsabilidad de la relación bilateral, al demostrarse que ese rango jerárquico es aire. Elizabeth Sherwood-Randall, consejera del presidente Joe Biden para la Seguridad Territorial, su contraparte, la ignoró y la mantuvo en la oscuridad, con lo que su imagen ante López Obrador y la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, quedó dañada, quizás irreversiblemente.Rodríguez no se dio cuenta de que había perdido desde el momento en que el presidente decidió que fuera la voz del gobierno para dar la cara en un episodio vergonzoso, que fue como quedarse sin ropa frente a una multitud que observaba cómo trastabillaba y decía incoherencias. Rodríguez no tenía información porque Sherwood-Randall se la escondió. Y si la consejera de Biden lo ocultó, es porque no hay confianza en el gobierno de López Obrador. Entre aliados, acciones de tal naturaleza son informadas horas antes de que se realicen, como control de daños y para minimizar el conflicto diplomático que invariablemente -aunque en este caso no sucedió- explota en la arena pública.La desconfianza sobre López Obrador y su gobierno está asociada a lo que se percibe en la sociedad, que existen extraños comportamientos y gestos de respeto con los líderes del Cártel del Pacífico/Sinaloa. El presidente no parece haber procesado la señal de Washington, y Rodríguez tampoco. No parece haber en el gobierno un análisis sobre lo que significa que le hayan cerrado la llave de la información y que lo único que le estén aportando es lo que el Departamento de Justicia de Estados Unidos ha dado a conocer en sus comunicados. El silencio de Washington es el grito más sonoro que le hayan dado a un presidente mexicano en décadas.Sin embargo, este trasfondo de lo que la decisión de la Casa Blanca significa no ha sido visto, por lo que el costo político de la ignorancia del obradorato sobre lo que sucedió se le ha cargado a Rodríguez. López Obrador ordenó que nadie declarara sobre el caso, y que todo se centralizara en Rodríguez. Cuando desobedeció la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, la regañaron.La explicación de Rodríguez a la mañana día siguiente que los estadounidenses tomaran bajo custodia a los narcotraficantes fue tan caótica, que prendió a López Obrador, cuya molestia fue creciendo en los días siguientes ante la incapacidad de la secretaria de aportarle información fuera de lo publicado en los medios estadounidenses, pero sin plantar una discusión o analizar en Palacio Nacional sobre las razones de Washington para cerrarles esa llave, ni una valoración de lo que significa para López Obrador en el mediano plazo, cuando esté fuera del gobierno.El presidente, que perdió ante los estadounidenses la narrativa, la iniciativa y el control de la agenda, ha estado exasperado y, sin contención alguna, ha regañado a Rodríguez en las reuniones colectivas en Palacio Nacional con un tono y palabras que nadie había escuchado en López Obrador cuando se refiere a alguien tan cercano a él. Rodríguez tampoco ha ayudado. Dio información no confirmada que nunca corrigió, y a preguntas de la prensa se enredaba y decía galimatías, que hacían enojar más al presidente. El naufragio de la secretaria no se quedó en Palacio. La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, también la observó con preocupación.En una de las reuniones con su equipo, Sheinbaum expresó su inquietud por la incapacidad que había visto en Rodríguez y externó sus dudas sobre su capacidad para encabezar la Secretaría de Gobernación, donde ya la nombró. Sin embargo, no consideró relevarla, no por darle el beneficio de la duda, sino porque fue una petición expresa de López Obrador mantenerla en el gabinete, y específicamente para ocupar el despacho en el Palacio de Cobián. La exigencia del presidente a Sheinbaum la coloca en una situación delicada por la tarea central que realizará en su gobierno, pero no habría que descartar que, en el mediano plazo, pudiera hacer un ajuste y enviarla a otra secretaría. La captura de Zambada y Guzmán López se convirtió en el hundimiento de Rodríguez, al verse nerviosa, desinformada, sin recursos dialécticos, políticos ni jurídicos para poder salir avante de la difícil situación de ser la voz del gobierno sin cometer errores. López Obrador ha dejado que siga cayendo, como fusible quemado. El presidente, que siempre interviene en las mañaneras y sale al rescate de los funcionarios que se están tropezando o que se meten en situaciones delicadas, la dejó desprotegida. La ha desmentido por haber dado información equivocada sobre la avioneta en donde viajaron los narcotraficantes, sin tocar a su amigo Francisco Garduño, comisionado de Migración, que fue quien aportó el dato falso sobre el avión. López Obrador tampoco la ha arropado con los militares, que son quienes tienen las herramientas y la presencia territorial a través de la Guardia Nacional. La Secretaría de Seguridad es un esqueleto, sin fuerza y sin capacidad de inteligencia.Agazapados, los secretarios de la Defensa, el general Luis Cresencio Sandoval, y de la Marina, el almirante José Rafael Ochoa, le han estado enviando tarjetas informativas al presidente desde el día siguiente de la captura de los narcotraficantes, pero más de valoración que con datos que expliquen qué sucedió. El fiscal general, Alejandro Gertz Manero, también le ha transmitido las migajas de información que algunos diplomáticos estadounidenses le han compartido de manera extraoficial. Rodríguez ni siquiera tiene esas posibilidades, porque por diseño López Obrador le quitó presupuesto, personal y tecnología para hacer un trabajo para el cual, dicen personas que la han visto operar en el campo bajo su responsabilidad, no tenía capacidades ni habilidades.En el fondo, el problema no es de ella sino del presidente, pero quien está pagando pública y políticamente es Rodríguez, al haber sido despojada de la buena imagen con la que contaba.