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¿Campañas negativas? ¿Campañas sucias?

Por: Raymundo Riva Palacio

¿Campañas negativas? ¿Campañas sucias?

¿Campañas negativas? ¿Campañas sucias?

La virulencia desatada contra Jorge Castañeda por expresar que el componente que falta en la lucha de Xóchitl Gálvez por la Presidencia es una campaña negativa, no es necesariamente desproporcionada. Castañeda pudo haber abusado del lenguaje e incurrido en ligerezas por la manera como lo planteó durante el programa La Hora de Opinar en Foro TV, al mencionar “chismes” y “guerra sucia” como parte de esa estrategia que lo dejaron en medio del torbellino de la polarización, pero lo que explica su linchamiento es que su argumento es correcto y desde hace mucho tiempo, “chismes” y “guerras sucias” han sido utilizadas por los políticos en el mundo para obtener ventajas.

Puede gustar el recurso o no, pero sólo los hipócritas, los ingenuos o quienes temen a esa estrategia, pueden sorprenderse del planteamiento, empezando por López Obrador, quien durante casi 30 años la ha utilizado como una de sus herramientas políticas más efectivas. La reacción contra Castañeda no es exagerada, ante la posibilidad de que su grito resuene en donde deba y provoque una avalancha. 

López Obrador movilizó sus fuerzas para sepultarlo políticamente, y se puede argumentar que no fue una reacción circunscrita al ámbito personal, sino a lo que planteó una voz que es escuchada. El Presidente debe temer una campaña negativa, no sólo porque lo sufrió -“es un peligro para México”, fue la etiqueta que le grabó el PAN en la piel en las elecciones de 2006-, sino porque conoce, porque lo hicieron él y su maquinaria de propaganda en el pasado, los alcances que puede tener si se conectan realidades, verosimilitudes, “chismes” y “guerras sucias” con el electorado.

Las campañas negativas, una forma políticamente aceptable que sintetiza las caracterizaciones de Castañeda sin generar las turbulencias que provocó, son muy populares en la política moderna, aunque no son nada nuevas. Hace casi 180 años, el entonces candidato presidencial en Estados Unidos, James Polk, fue acusado de marcar a sus esclavos, lo que era una mentira. En el último cuarto del siglo pasado, el equipo del candidato republicano, George H.W. Bush, inventó que el candidato demócrata, Michael Dukakis, cuando era gobernador de Massachusetts, perdonó a un criminal, mostrándolo como un político suave con el crimen que no pudo sacudirse el resto de la campaña.

Al candidato demócrata a la Casa Blanca, Gary Hart, le buscaron sus secretos, y uno, una relación amorosa con una guapa washingtoniana, terminó en la portada del semanario sensacionalista, National Enquirer, que lo obligó a retirarse de la contienda. Buscaron hacer lo mismo con Hillary Clinton en 2016, con el llamado “pizzagate”, que tomó vida en las redes sociales como una red de pedofilia ligada a la demócrata. En esa campaña, el republicano Donald Trump utilizó a Cambridge Analítica, que administró ilegalmente información de 50 millones de usuarios de Facebook para llenarlos de noticias falsas sobre candidatos, diseminar mentiras y buscar desalentar la participación electoral.

Las campañas negativas son estrategias arriesgadas y, como se vio con las palabras de Castañeda, altamente controversiales. Pero son empleadas de manera amplia porque de lo que se trata es de ganar elecciones. López Obrador, que ha dicho que el fin no justifica los medios, utilizó a través de sus propagandistas la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa para decir que fue un crimen de Estado y llevar a juicio a funcionarios del Gobierno de Enrique Peña Nieto, que no se ha probado. A la candidata del régimen, Claudia Sheinbaum, le montaron una campaña sucia para decir que había nacido en Bulgaria. A Felipe Calderón le colocó la etiqueta de “borracho” un colaborador de López Obrador, un chisme que se le quedó para siempre, pese a que quien lo hizo se disculpó públicamente tras reconocer que había mentido.

Las campañas incluyen el contraste, donde se enfatizan los errores o deficiencias del adversario. López Obrador podría enfrentar una campaña negativa a partir del análisis contrafactual derivado de la pregunta, ¿estamos mejor hoy que en 2018? Sheinbaum muy probablemente se verá forzada a responder sobre los colapsos de la escuela “Enrique Rébsamen”, cuando era delegada en Tlalpan, y de la trabe de la Línea 12 del Metro, cuando era jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Los propagandistas de López Obrador tienen desde hace varias semanas una línea de ataque contra Gálvez para sembrar en el imaginario colectivo que es la candidata del PRI, para que chupe los negativos de ese partido.

Apostar por una estrategia de esta naturaleza tiene riesgos, como el rechazo del electorado, aunque esto sucede más en democracias maduras, no incipientes como la mexicana. Aquí, como lo vivió López Obrador en anteriores elecciones, es un incentivo para la movilización y la cohesión de sus clientelas electorales que se traduce en votos. Pero sobre la base de su propia experiencia, sabe que puede haber un punto de inflexión para él y para su candidata Sheinbaum. ¿Será esta la motivación para linchar a Castañeda e inhibir esfuerzos y recursos que puedan inyectarse a las campañas negativas? A saber.

La campaña presidencial apenas inició y muy probablemente habrá materiales en las redes sociales que dañen la imagen de una candidata y modifique la narrativa. Esto, en el fondo, es de lo que trata una campaña, del control de la narrativa, por el potencial para cambiar el curso de una elección. Castañeda decía la verdad cuando observaba la falta de una campaña negativa de Gálvez, una idea que López Obrador está tratando de matar porque si la oposición encuentra el formato adecuado que penetre el cerebro del electorado, que reacciona ante lo negativo, no lo positivo, puede convertir el día de campo que piensa el Presidente será esta elección, en una pesadilla.
 

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