
Ante Trump, temple, atole y miedo

Ante Trump, temple, atole y miedo
Convocó un mitin en el Zócalo para anunciar medidas arancelarias. Desde que Donald Trump anunció la imposición de aranceles a México y Canadá en una de sus primeras acciones como presidente, la respuesta de Palacio Nacional ha sido consistente: son injustas, perjudican a Estados Unidos, se mantendrá el diálogo y se explicará que el acuerdo comercial norteamericano ha sido benéfico para todos. No obstante, el 31 de enero reveló la Presidenta Claudia Sheinbaum que su Gobierno estaba preparado con un “plan A, B y C” para lo que decidiera Estados Unidos. Se veía bien plantada y decidida.
La semana pasada convocó a un mitin en el Zócalo para anunciar represalias arancelarias y no arancelarias contra Estados Unidos, que no reveló porque Trump pospuso su amenaza. El secretario de Economía, Marcelo Ebrard, viajó el lunes a Washington para persuadir al secretario de Comercio, Howard Lutnick, que no incluyera a México en los aranceles al acero y aluminio que entraron ayer en vigor. No lo logró. Antes de viajar, Ebrard dijo que si se ponían aranceles se respondería con aranceles, pero lo frenaron.
Sheinbaum dijo que esperaría hasta el 2 de abril, cuando Trump dé a conocer su estrategia comercial global, para responder. Esto significa que, durante 20 días, México pagará aranceles sin chistar. Sin embargo, por lo que se está viendo, los planes “A, B y C”, nunca existieron como una alternativa real. Las opciones que le presentaron las desechó. Su método combina la cabeza fría, atole con el dedo y miedo.
La cabeza fría no ha servido para nada en materia de resultados, pero sí funcionó, lo que no es menor, para que la locomotora trumpista no le pasara encima, como sucedió con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, y con los presidentes Volodímir Zelenski de Ucrania, Raúl Mulino de Panamá y Gustavo Petro de Colombia. En materia de resultados, excluyendo gritos e insultos, a Canadá le fue mejor que a México: aunque a los dos les recetaron aranceles, Trudeau cedió menos que Sheinbaum, que entregó lo que le pidieron y lo que no también en materia de seguridad.
El atole con el dedo se asocia con el ensalzamiento de su cabeza fría para lidiar con Trump y tener éxito, se presume, en sus negociaciones. El éxito se puede medir claramente en decibeles y buen trato, pero no da para más. Sigue la amenaza de los aranceles y el arma cargada la mantiene sobre la mesa. Los esfuerzos en materia de seguridad fronteriza y combate al fentanilo han sido insuficientes para Trump, quien además presume que sus amenazas provocaron la desinversión en México y el comienzo de la mudanza de fábricas a su país. La propaganda por un lado, el orgullo nacionalista por el otro, y el deseo que a México le vaya bien, proveen la masa del atole al que le echan agua en Palacio.
El miedo puede ser interpretado por su inacción, porque teniendo a la mano el tablero para aplicar represalias equitativas, nunca apretó el botón. Aunque su discurso se mantiene con la retórica de la defensa de la soberanía, en la práctica se ha agachado. No quiere que se enoje Trump con ella, como se apreció cuando narró su última conversación telefónica con él, donde enfatizó que le recordó que le habían enviado 29 narcotraficantes para demostrarle que sí estaba haciendo lo que le había pedido. La cabeza fría, sobresaliente por su tono y no caer en provocaciones, no cohabita con estar presta a cumplir lo deseado -10 mil soldados a la Frontera Norte, por ejemplo-. La fórmula es: a Trump lo que quiera y no lo tocará ni con el pétalo de un verbo.
Las tres categorías hipotéticas sobre su toma de decisiones se entrelazan, pero cada una tiene una explicación. El atole con el dedo es la administración de expectativas que le permite tomar acciones cosméticas para ganar tiempo mientras decide qué hacer de fondo. Lo hace con la cabeza fría, que aplica incluso para darle la vuelta a las cosas y jugar con la audiencia. Ayer, mientras hablaba de cosas relevantes, pero no más que el futuro económico de México, y algunas vaciladas que le pusieron sus propagandistas para agotar el tiempo de la mañanera, decenas de países se declaraban la guerra comercial.
Ante la imposición de aranceles en acero y aluminio, la Unión Europea respondió con aranceles en esos metales, en productos agrícolas, electrodomésticos y textiles por 28 mil millones de dólares, que incendió a Trump -en realidad es como un piromaníaco político- y Canadá le impuso aranceles por 20 mil millones de dólares en esos metales, herramientas, hierro fundido, computadoras y artículos deportivos.
Como Sheinbaum, el presidente de Brasil, Luis Inázio Lula da Silva, aplicó la “calma” con la cabeza fría. Pero sus realidades son muy distintas. Aunque su relación comercial con Estados Unidos tiene un peso significativo, Brasil, la octava economía del mundo, tiene un portafolio de exportaciones e importaciones mucho más diversificado. Estados Unidos es su segundo socio comercial -el primero es China-, y sus exportaciones a Brasil representan el 2.3% del total de las estadounidenses, mientras que las importaciones de Brasil son apenas el 1.2% del total de las importaciones de ese país.
Para México, Estados Unidos lo es todo. Es la 12ª economía del mundo y el 76% de sus exportaciones van a Estados Unidos, mientras que el 29% de las importaciones estadounidenses llegan a México. A diferencia de Brasil, México no tiene una política industrial que le permita apoyar el consumo interno, ni Lula tuvo un predecesor irresponsable que dejó a su país amarrado presupuestalmente y sin dinero. Tampoco tiene palancas claras para que lo chantajeen, como las tiene Sheinbaum con el tema de los narcopolíticos.
México no tiene la fortaleza de Brasil, de la Unión Europea o Canadá, ni Sheinbaum el carácter de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón que respondieron imposiciones unilaterales de aranceles de Estados Unidos con aranceles, con la cabeza fría y sin pelearse personalmente. Pero en nuestra realidad, esto es lo que tenemos: sumisión sin sobresaltos innecesarios.
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