Más allá de las evaluaciones formales sobre la calidad de la educación básica y media superior que el Estado provee, en México la percepción es que quien quiere que sus hijos reciban una mejor debe pagarla aparte, la que está incluida en el paquete de los derechos básicos no goza de buena fama; así sucede con las carreteras, las buenas y seguras se pagan aparte, con los servicios de salud y con la seguridad: lo bueno se paga aparte. Obtener un documento de identificación personal reconocido fuera del país también se paga aparte, y hay de distintos precios. Recientemente supimos que para algunas y algunos de entre nosotros ser reconocidos como mexicanos les exige un esfuerzo diferenciado, los documentos de los que cualquiera se vale para demostrar su nacionalidad, acta de nacimiento, registro ante el INE, comprobante de domicilio, para ellas y para ellos son insuficientes si deben comprobar su nacionalidad ante la Secretaría de Relaciones Exteriores, en donde se creen capaces de distinguir a golpe de vista a los mexicanos y actuar arbitrariamente en consecuencia; como si a estas alturas de la especie humana en fuga sin fin por el planeta entero hubiera, de zona en zona, un tipo único de apariencia física.La Comisión Sexta Zapatista publicó el 11 de junio, a través de su vocero, “el Sup Galeano”, un comunicado en el que denuncia, aunque el verbo denunciar es estéril en el país de la impunidad y porque denunciar no tiene un sentido pertinente para grupos como los que forman los zapatistas y los pueblos originarios ayuntados en el Congreso Nacional Indígena-Concejo Indígena de Gobierno, que buscan armar sus vidas desde la lógica territorio-naturaleza, atenidos a las normas de comportamiento que ellas y ellos mismos se dan y respetan (sin violar las leyes que nos son comunes), salvo que para el periplo que llaman “Travesía por la Vida Capítulo Europa”, que algunos de ellos ya emprendieron (el motivo de la Travesía es muy interesante), necesitan portar el documento que otras naciones reconocen y entonces, no denuncian: alertan, como hacen tantos, desde hace tanto, todos los días: el gobierno de la República no se atiene a la Constitución, Art. 1°, “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.” Por más que busquemos en la Carta Magna no encontraremos excepciones para esta norma, ni siquiera por los apremios que impone Estados Unidos a México, para que ayude a contener la migración de nuestro sur al suyo.Algo de lo que da a conocer la Comisión Sexta Zapatista: «Tanto bla, bla, bla de derechos y reconocimiento de nuestras raíces, y etcétera -incluidos perdones hipócritas pedidos sobre la tierra a destruir-, pero la población originaria, o indígena, sigue siendo tratada como extranjera en su propia tierra. Y peor en la Ciudad de México, que se supone “progresista”. Ahí, una señora, burócrata de la Secretaría de Relaciones Exteriores, rechazó la credencial del INE con un despectivo “ésa no sirve para nada, sólo para votar”, y le exigió a la compañera, de más de 40 años de edad, habitante de la Selva Lacandona, su certificado de secundaria, para comprobar que no era guatemalteca. La compañera alegó: “pero yo vivo de la tierra, soy campesina, no tengo estudios de secundaria”. La burócrata, altanera y prepotente: “pues no estudian porque no quieren”. “Pero vengo desde Chiapas”, insiste la compañera. “No me importa. A ver, el que sigue”, responde la burócrata.» «Y no sólo eso: la Secretaría de Relaciones Exteriores retiene el pago que han hecho tod@s l@s compas a quienes se les niega el pasaporte con pretextos y requisitos que ni siquiera están en su página de internet. Ha de estar muy dura la austeridad si es que tienen que despojar a los indígenas de sus dineros.»Un gesto por lo anterior podría ser menear la cabeza y compadecerse, cuánto sufren los indígenas (y los pasaportes son apenas un botón); otro es indignarse y exigir: que les expidan el salvoconducto, o como el que hizo el presidente hace unos días, sin indignación -es una minucia para quien rige desde un Palacio- pedir a sus subordinados que los atiendan (el deber disfrazado de magnanimidad). Pero no es un sucedido que ataña sólo a ellos, a ellas, los indígenas que se atrevieron considerarse mexicanos, abarca nítidamente a un nosotros que peligra. El autoritarismo no es únicamente la militarización de la vida civil o pasar por encima de la división de Poderes o abusar de la fuerza al emplear para fines personales al SAT o la UIF, o al decidir extralegalmente repartir abrazos en donde se debería respetar y hacer respetar la… etc. El autoritarismo que trascenderá sexenios es hacernos de la vista gorda ante la evidente dilución de la noción de igualdad ante la ley (que no es nueva, ha sido un proceso largo y flagrante), frente al languidecer cotidiano de la democracia; autoritarismo del presidente, para muchos efectos, en este caso: para exhibir el ansia por enseñar a su poderoso colega del norte que en los hechos está a sus órdenes; autoritarismo del minúsculo funcionario que con un sello en la mano crea sus propias reglas, enraizadas en la moral que tiene a su alcance. Porfirio Díaz no mantuvo tres décadas el bastón de mando nomás con su voluntad y su puño, entendió que era necesario dar manga ancha a los jefes políticos, de estado en estado, para que actuaran a imagen y semejanza del caudillo y así, como cascada, hasta la más humilde oficina de padrón y licencias. Autoritarismo, a menos que vaya quedando claro que la dignidad también se consigue aparte.agustino20@gmail.com