La semana pasada rescataron a un hombre de 58 años encerrado deliberadamente por cinco días dentro de un registro de luz. Lo más sorprendente es cómo dieron con él. Como los gritos del hombre eran insuficientes, usó los restos de una osamenta (hallada en el pozo) como señal de auxilio. Por una hendidura, asomó un hueso hasta que un estudiante que pasaba por la zona lo reportó al 911. El registro de luz estaba sellado con candado. Según la autoridad, a la víctima la privaron de la libertad en Lomas de Polanco, la golpearon y encerraron en la mazmorra. Por la osamenta encontrada, no era el primero. El hecho ocurrió a la entrada de Pueblo Quieto, una zona federal de asentamientos irregulares a un costado de las vías del tren en Avenida Inglaterra y Niños Héroes, en la colonia Jardines del Bosque de Guadalajara. Hace más de tres décadas se asentaron allí los primeros moradores irregulares. Al principio, se trataba de una clase trabajadora que subsistía con empleos informales. Sin embargo, en los últimos años, Pueblo Quieto se convirtió en un foco de pobreza y nido de toda clase de actividades delictivas (hurto, venta de droga, robo de autopartes). Hace poco hubo una ola de asaltos a ciclistas que circulaban por el lugar. Las casas en los alrededores se distinguen por su cantidad de enrejados, cámaras de videovigilancia, cercas electrificadas y protecciones en ventanales. Los vecinos viven con miedo. Mientras las fincas alrededor se repliegan en sus sistemas de seguridad, las casas irregulares cada día lucen más pobladas y llenas de actividad. El argumento de la Policía de Guadalajara es que, al ser zona federal, no pueden intervenir. El propio Pablo Lemus urgió ayer a la autoridad federal a atender la problemática. No obstante, los vecinos de la zona tienen otra impresión: la policía tapatía evita problemas porque temen a los vivales que controlan Pueblo Quieto. Pero vuelvo al caso del hombre encerrado en el registro de CFE. Viene a cuento porque, según coinciden varios colegas, es imposible que los moradores de Pueblo Quieto no escucharan. No pudo permanecer ahí cinco días, a unos pasos de las fincas irregulares, sin que lo supervisaran. De hecho, la autoridad comenzó a buscar en otros registros de luz y alcantarillado para descartar casos similares o el hallazgo de osamentas en la zona. Este hecho revela lo que llamo una evolución nociva de Pueblo Quieto y sus actividades delictivas. Antes, el hurto era la actividad común en la zona, pero ahora hay indicios de un control más sofisticado con intervención del crimen organizado. Como nadie los molesta, usan el punto como centro de distribución de drogas y los moradores se convierten en halcones bajo los intereses de criminales más poderosos. Pueblo Quieto hace honor a su nombre: ninguna autoridad se mueve y asume su responsabilidad. Esa desatención ha convertido una zona de la ciudad en un nuevo territorio para el crimen organizado.