Hace ya tiempo que descubrí que la discapacidad intelectual con la que vive Martita, mi hija, “mía de mi” no le impide sentir afectos por otras personas y cultivar esos afectos con algunas de ellas. Lo intrigante es su capacidad de saberse presente en este mundo, de estar consciente de que existe, de que es persona que forma parte de una comunidad, creo, basado en mi cercanía de 39 años con ella que ha llegado a construir “dos martitas”, una, la que identifica su entorno, tanto de personas como de objetos y la otra, que rehúsa aceptarse como ser humano, que sufre, que se enferma, que trata de insertarse en una vida comunitaria. A esta última “Martita” es a la que acude en sus tribulaciones físicas y emocionales. Lo más asombroso es que hay comunicación entre ellas a tal grado que dialogan, diálogo controvertido y difícil de entender, mucho menos de traducir; lo que ocurre es que en ella la infancia y su compañera la ternura no se ha perdido ni se perderá, es un ser humano convertido en la inspiración más delicada del espíritu.Producto de su condición de discapacidad a la que suma una serie de limitantes, por ejemplo en el comer y la diaria ingesta de todo tipo de medicamentos, agresivos de por sí, con frecuencia padece de distintos trastornos, sobre todo gástricos con sus molestas secuelas. Es entonces cuando desconcertada y dolorida con el rostro a punto del llanto, me pregunta: ¿Por qué llora Martita?De inmediato tengo presente que hay vidas de sufrimiento llenas de milagros.Sin embargo cuando esto sucede la frustración se convierte de inmediato en franco malestar, el impacto emocional de la pregunta tan cargada de ternura como de dolor e impotencia, me golpea sin piedad, en tales circunstancias, entro en un estado de dolorosa impotencia, de desaliento con pérdida de esperanza, me invade una sensación de irrealidad que me introduce en estado catatónico; tratar de obtener una respuesta que conduzca a la acción reparadora es una tarea compleja y abigarrada, el llanto de Martita mi hija, “mía de mi” me refrenda que mantengo con ella una responsabilidad, algo tan cercano y fan íntimo como un diálogo con Dios. De la pared de la cabecera de la cama de Martita, mi hija, “mía de mi” cuelga un Cristo, por cierto, pintado por el maestro q.e.p.d. Armando Anguiano, es aquel en el que aparece desclavado, con la cara entre las manos y genuflexo sobre su espalda, con el rostro escondido; curiosamente mi hija nunca le ha preguntado: ¿Por qué llora Martita? Es un secreto entre ambos.Son frecuentes estos capítulos, los he llegado a considerar como “la esclavitud” de la obediencia debida, no hablo de esclavitudes convertidas en tragedias mucho menos de condiciones cercanas a ellas, si acaso sería paradójicamente un esclavo feliz, esa esclavitud que recibe arañazos espirituales en el alma. Martita cuenta con prodigios que retan la razón, prodigios que justifican su presencia en este mundo, lo mismo te maravilla su ternura y su dulzura que te conduce a un estado de angustia cercano a las lágrimas que te hace sentir con el corazón apretado. Hasta ahora no he podido contestar su pregunta: ¿Por qué llora Martita? A pesar de haber recurrido al rostro de Cristo que parece atrincherado en su mutismo, sí ya sé, 1o dijo Santa Teresa: “Dios es silencio”.