Existe un cúmulo de argumentos muy sólidos. El convento de San Francisco, el de los mínimos hermanos que están allí ininterrumpidamente desde el siglo XVI, y desde 1531 en el convento de Tetlán, es una parte muy significativa de la historia de Guadalajara, de Jalisco y de México. Desde los puntos de vista histórico, religioso, social, estético, popular, sofisticado, San Francisco -quizá hasta más que Catedral, no comenzada hasta 1571- es el mero corazón de Guadalajara, del barrio de indios de Mexicaltzingo, de una inmensa provincia que llegó desde aquí a la Alta California, Nuevo México, Arizona y hasta Alaska. Y luego, por el Pacífico, hasta las Filipinas y el Japón. De ese tamaño es la significación del Convento de San Francisco de Guadalajara. Mucha honra será ponerle su nombre a la estación que allí desemboca.Por otro lado, el nombre actualmente sugerido de “Independencia Sur” es no solamente confuso, sino tonto. Existen otras estaciones en la ciudad que llevan ese nombre, y una calle que también se llama Independencia y que además cruza al norte del Museo con el Paseo Alcalde, del cual el remate es San Francisco. Esto, en términos prácticos, debería de ser suficiente para abandonar una verdadera idiotez histórica, cultural y social que significaría imponer arbitrariamente eso de “Independencia Sur” a una estación que está ¡en San Francisco!Entre los trabajos para hacer el Paseo Alcalde, uno de los principales fue rematarlo al sur haciéndole justicia al convento de San Francisco. Todo mundo sabe ahora los graves daños y peores peligros que causó la excavación para el Tren Ligero, cuyo trazo pasa exactamente por debajo de la torre de la venerable iglesia, que lleva ahora años cerrada al culto de su numerosa feligresía. Nadie ha dado la cara por los destrozos y riesgos que el túnel le ha causado a esta joya nacional de arquitectura. Como “el Baboso” del caricaturista Falcón, aquí seguimos esperando.Lo que el Paseo Alcalde sí logró fue reunir, después de más o menos setenta años, los dos pedazos de convento que la continuación de la calle de San Francisco (16 de Septiembre para los del mandilito) cercenó. Ahora, otra vez, el perímetro del convento de San Francisco está consolidado. En él están la iglesia de San Francisco y la capilla de Aranzazú. Además, mediante calas arqueológicas, se logró descubrir los cimientos de las capillas de San Roque y de San Antonio de Padua. Ahora son jardines benditamente sombreados.El dicho popular, tan potente y soberano él, le dice al espacio público resultante “los dos templos”. Es bonita la denominación, igual que es bonita la plaza del Dos de Copas, la de los Laureles (y no esa bobería de “plaza Guadalajara”), y por estos tiempos, el parque Rojo, en vez del parque de la Revolución, en la que por cierto menos gente cree ahora. (Además lo del Parque Rojo resuena heroica y trágicamente a la Plaza Roja de Moscú).En 1938 un grupo más bien anticlerical e ignorante, los “camisas rojas”, quemaron casi todo San Francisco. Se perdieron para siempre uno de los mejores retablos de Occidente y muchas cosas más. Años después, como una lapa más bien asquerosa, se le embarró a Aranzazú la “Casa del Estudiante”, de muy infausta memoria. Un gobernador con arrestos -ojalá que el actual los tenga- la demolió, después de múltiples horrores y hasta crímenes perpetrados ahí, en 24 horas.Salvemos a San Francisco. Respetémoslo; honrémosle, cualquiera sea nuestro credo. Guardemos para siempre su nombre y su dignidad. ¿A quién corresponde el disparate de “Independencia Sur”? Aquí esperamos, como “el Baboso” que dibuja Falcón.jpalomar@informador.com.mx