“…La asturiana, que topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca, y tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y aunque ella era de harpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de vidro, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía”.Siguió el caballero, sin soltarla, declarando su amor a Maritornes, a quien también explicaba la imposibilidad de amarla por causa de la fidelidad que debía a Dulcinea. Hay que decir que ella no entendía nada. Entre tanto el harriero, despierto desde que la coima llegó al cuarto, y atento gracias a los malos deseos que tenía, no entendía tampoco lo que don Quijote le decía a la mujer, pero veía que ésta forcejeaba por lo que comenzó a sospechar, injustificadamente, que la Maritornes había planeado una doble molienda.“Pero como vio que la moza forcejeaba por desasirse y Don Quijote trabajaba por tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca con sangre; y no contento con esto, se le subió encima de las costillas y con los pies más que de trote, se las paseó todas de cabo a rabo.El lecho, que era un poco endeble, y no de muy firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del harriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían ser pendencias de Maritornes, porque habiéndola llamado a voces no respondía. Con esa sospecha se levantó, y, encendiendo un candil se fue hacia donde había sentido la pelaza. La moza, viendo que su amo venía, y que era de condición terrible, toda mendrosica y alborotada, se acogió a la cama de Sancho Panza que aún dormía y ahí se acurrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo-¿A dónde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas estas.En esto despertó Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenía una pesadilla y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y entre otras, alcanzó con no sé cuántas a Maritornes, la cual, sentida del dolor, echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas que, a su despecho, le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera, y sin saber de quién, alzándose como pudo se abrazó con Maritornes y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.Viendo, pues, el harriero, a la lumbre del candil del ventero cuál andaba su dama, dejando a Don Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fue a castigar a la moza creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía”.@enrigue_zuloaga