Martes, 26 de Noviembre 2024

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Polvos de La Mancha II

Por: Carlos Enrigue

Polvos de La Mancha II

Polvos de La Mancha II

Me atreveré con ustedes a intentar acompañar a Sancho a zonas aparentemente menos lucidas (que el gobierno de Barataria) y más accesibles para los que tratamos de gozar con sus hazañas, como puede ser buscar el inicio del camino y el final del mismo, como siempre partir del alfa al omega.

Siempre he soñado con haber participado o, al menos, escuchado la conversación de nuestro señor don Quijote con Sancho, cuando el caballero lo contrató como escudero. En la historia de tal pacto sólo se consigna en el texto: “Solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que este título se puede dar al que es pobre- pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della” (I, 7). 

No debió haber sido sencilla ni rápida la charla entre nuestros héroes. Pensemos un momento en la escena: la credibilidad del caballero no estaba en su mejor momento, la población habría sabido por boca de Pedro Alonso, el vecino que lo rescató y volvió a casa cuando el caballero después de su fallido encuentro con los mercaderes y la infortunada caída de Rocinante, tras la cual, tirado y herido, llamaba al Marqués de Mantua o a Rodrigo de Narváez. Más de alguno habría dudado de su sanidad mental. 

Por otro lado, el ama y Antonia su sobrina, tuvieron que recurrir al sabio Muñatón, como afirmaron ambas, o a Frestón, como corrigió don Quijote, para mancillar y robarse el tesoro libreril de Quijada o Quesada o de Quijano o, en plenitud, nuestro señor don Quijote.

Lo anterior agravado, a mi juicio, con la insana censura, escrutinio y auto general de los libros de don Quijote, si se quiere de buena fe, del cura y del barbero. ¡Cuántos daños evidentes produce la llamada buena fe!

Así, los comentarios de los pobladores del sitio del que Cervantes dijo no querer acordarse, no debieron haber sido muy amables ni habría tenido tanta libertad de movimiento como para hacer visitas a vecinos; su actuación caballeril había sido sancionada como negativa, en un mundo en que -juzgando a los demás- difícilmente vemos más allá del límite de nuestra sombra.

La apreciación de Cervantes trató de parecer objetiva, si bien puso como defecto del escudero la poca sal en la mollera y la limitación de la pobreza para considerarlo hombre de bien. Contra las cualidades que serían el conocimiento y confianza de la vecindad, y la certeza de que trataba de un hombre de bien, ¿podemos acaso aspirar a que alguien llene más requisitos para ser escudero?

Pero Sancho en esa plática tuvo, a mi juicio, una visión de eternidad.

@enrigue_zuloaga

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