No existen políticos populistas, lo que sí existe son sociedades populistas. En los años que corren se ha hablado en demasía de políticos y gobiernos “populistas” en todo el planeta, como si de pronto, como hordas salvajes, llegaran a todos los países fascinándolos con sus discursos.Antes de formar parte de los que señalan a tales agentes deberíamos plantearnos un estudio más profundo sobre el fenómeno del populismo en sí mismo, como de hecho lo han realizado no pocos analistas contemporáneos.Es la sociedad populista la que hace a los políticos populistas; en cierto modo y no en todos los casos, el político es como un camaleón, dispuesto siempre a asumir el color dominante en su entorno y en su provecho. Si lo que domina es la agenda de los derechos humanos, pues la asume, si lo que domina es una agenda de género, la hace suya aunque ni la entienda ni la comparta, si lo que domina es el discurso de odio racial o xenófobo, lo sigue, como se sigue el discurso sobre la pobreza, la explotación o lo que más urja en el imaginario colectivo.De acuerdo a lo observado por autores de éste y del viejo continente, el populismo es un fenómeno que nace en sectores sociales amplios y relegados de las grandes decisiones del poder, sean de tipo gubernamental o de tipo económico. En un determinado momento estas masas sociales que son productoras se advierten poco beneficiarias del esfuerzo realizado e incluso amenazadas en su existencia y desarrollo. En los populismos ruso y norteamericano de fines del siglo XIX, estos elementos son coincidentes y definitorios, pese a las diferencias notables entre ambos países, y en Estados Unidos permanecen y afloran adecuados a las nuevas condiciones de la realidad pero con similares características, como lo mostró el movimiento del 6 de enero de 2020 en Washington, que no fue otra cosa que el eco de una insatisfacción masiva creciente en aquel país.Por lo mismo, son las estructuras de un determinado país las que producen condiciones propicias para el reclamo “populista”, y aquí el “pueblo” pueden ser las clases medias de los obreros de las grandes armadoras de autos, y los agricultores propietarios del medio oeste norteamericano, que las colectividades mexicanas cada vez más excluidas del progreso, y cada vez más confinadas a su estatus.Este tipo de escenarios llama pronto la atención de los políticos, sean sinceros u oportunistas, para sumir esos reclamos y convertirlos en nuevas propuestas, en objetivos a alcanzar si el voto los favorece.De esta observación se deriva que el problema del populismo no son ni los reclamos, de por sí legítimos, ni los líderes que los asumen sino, sobre todo, la incapacidad, acaso volunaria, de la sociedad dominante para modificar las condiciones estructurales que lo favorecen.De cualquier modo es igualmente cierto que hasta el momento actual no hay una sola definición del populismo, y que bajo su nombre se cobijan y se han cobijado, históricamente, diversos movimientos. Lo que me parece inobjetable es que la sociedad populista, o el pensamiento populista, son producto de estructuras concretas que en un dado momento se anquilosan, se desvían, o se absolutizan provocando desigualdades que al colectivizarse se vuelven explosivas.armando.gon@univa.mx