Para Juan J. Navarro S. y Javier Parra, con admiraciónEntre mis recuerdos más gratos de infancia está el del “Poli” que se la vivía en mi barrio, normalmente en la misma esquina siempre, aunque a veces se desplazaba lentamente hasta la puerta del billar y o a la de esa cantina a la que no podía entrar porque estaba uniformado. La mayoría de sus funciones tenían que ver con la infancia: bajar la pelota que se iba a una azotea o pedir que minoraran la ya de por sí reducida velocidad de los poquísimos coches que transitaban por aquellas calles que no verían el asfalto hasta tres o cuatro décadas después, pues había niños jugando en el arroyo. Alguna vez intervenía con más energía si algún mozalbete recurría a las manos contra otro. Yo mismo fui llevado pescado del cogote a mi casa, en “calidad de detenido” hasta la hora de ir a la escuela al día siguiente. Se decía de otras intervenciones preventivas que eran posibles porque nos conocía a todos y se alertaba cuando veía algún desconocido. Supongo que eran los denominados policías de punto que desaparecieron a causa de la “eficiencia” que reclamaba la modernidad. Pero fue el caso de que con el tiempo, mutatis mutandi por la modernidad y el gran incremento de población, a la colonia donde vivo se hizo presente aquella figura, aunque ahora dotada de una moderna bicicleta que permite cubrir mucho más terreno y, también, con el armamento y protección que reclaman los malandros contemporáneos. Pero su condición de experto en su espacio concreto y su rol de “proximidad” se asemeja mucho a la de antaño. En estos pagos ha cambiado ya radicalmente la idea de ayer de que “en caso de necesidad: aléjate de la policía”. Ahora van por parejas, pero su papel vuelve a ser entrañable y referencia para pedir ayuda, incluso para prevenir lo que puede suceder.Su presencia y disponibilidad hace que la figura del “poli” en muchas partes vuelva a ser respetable y la cauda de gratitud hacia estos vigilantes de “proximidad” se incremente cada vez más. Tal parece que es una sabia decisión de la presidencia municipal respaldada por las autoridades del caso. Hasta la imagen que proyecta el cuartel general, en la calle Nueva Escocia esquina con Pablo Neruda, resulta ser mucho más amable. Finalmente se percibe que ingresa uno a un recinto que está al servicio de la sociedad y no en su contra.En lo que se refiere a la llamada delincuencia organizada, supongo que poco pueden hacer, además de dar la cara con el valor que lo hacen cuando se produce el “evento”, pero el peligro de malandrines de poca monta ha disminuido sobremanera en Providencia primordialmente por el trabajo preventivo de estos policías, de “viejo cuño” sí, pero además capacitados y apertrechados con instrumentos modernos y, sobre todo, con un nivel educativo muy superior al de antaño.