Durante seis años se habló de polarización, es decir, ese movimiento que tendía a dividir a la sociedad en dos grupos antagónicos, achacándosele la responsabilidad de esta acción al Presidente de la República. Más que polarizar, lo que el presidente pretendía era evidenciar una polarización que en nuestro país, al igual que en muchos otros, ha existido permanentemente, y a la cual nos acostumbramos como una forma de mantener la situación tal cual está.Hacer conscientes y dar poder a los grupos históricamente inconscientes y marginales no es precisamente polarizar; al contrario, podría llevar justamente a la despolarización o, en un dado caso, a la lucha de clases. La prolongación crónica y sostenida de la desigualdad social en cualquier campo invariablemente ha llevado al conflicto; para evitarlo, ha habido dos caminos: la enajenación social o la promoción integral. Es un hecho que desde la época del presidente Salinas de Gortari se optó en la práctica por la enajenación de los sectores económicamente más vulnerables. Como dijera un gran personaje de nuestra ciudad, don Enrique Varela, el objetivo era “estar fregados pero contentos”.Prueba de esta opción gubernamental fue el FOBAPROA, un recurso por el cual el Estado se decidió por el rescate de las clases empresariales a costa de toda la población, bajo la excusa de que estas clases son las que dan trabajo y mantienen la productividad nacional, sin detenerse a considerar qué tipo de trabajo ofrecían y con qué nivel de pago.Entretanto, el capitalismo neoliberal sí que produjo abundantes frutos, pero no para todos. El crecimiento de la riqueza fue evidente y los beneficiarios lo evidenciaban de múltiples maneras, haciendo crecer la elitización y el síndrome del “coto social”, esa burbuja donde mucha gente nace, crece y se reproduce pensando que el resto del mundo vive, viste, come, estudia, viaja y se divierte de la misma manera que lo hacen ellos, no sólo porque su trabajo les haya costado, sino porque la estructura económica y política del país los favorece en las buenas y en las malas.Este coto nacional de la riqueza en pocas manos produjo una cultura propia, donde intelectuales, escritores, comunicadores, artistas y políticos de alta gama se hablaban a sí mismos todo el tiempo, para convencerse hasta lo más profundo de que su coto era México y el conjunto de instituciones que les favorecía. Ante el riesgo de que este estatus se modificara en su perjuicio, la reacción subió como una marea, pero era una marea “rosa”.La gran sorpresa, que todavía no ha sido suficientemente analizada, es que un alto porcentaje de los votantes en las pasadas elecciones, de los que votaron por MORENA, mostraron ante el mundo la existencia de un sector social que escapa a la fácil división en dos. Un sector que no se guiaba por los criterios de los opinadores de coto, tampoco por lo que dijeran los líderes religiosos, pero ni siquiera por el discurso presidencial de “chairos y fifis”, toda vez que este sector no se asimiló ni con unos ni con otros, sino que decidió su voto al margen de estas “polarizaciones”, bajo planteamientos que, de ser probados, resultan altamente alentadores para el futuro de este país: qué es lo que conviene realmente a la gente, qué perfil de mandatario requiere el país, qué lugar deben ocupar en el futuro quienes en el pasado probaron su ineficiencia y corrupción, y la necesidad de romper el ciclo fatídico de volver a lo mismo con la nefasta expectativa de que ahora sí van a cambiar las cosas.