En periodismo hay un subgénero maligno que llamo “entrevistas sin preguntas”. Observen cómo casi siempre el entrevistador afirma en vez de preguntar: “La inseguridad rebasó a su Gobierno”, dice el periodista. Y el entrevistado responde: “Cada mañana afinamos la estrategia”. Estas no-preguntas son muy comunes en política: “Xóchitl, eres la puntera del Frente Amplio Opositor”. “Presidente, hay espectaculares de sus candidatos en todo el país”. Hacemos afirmaciones, no preguntas: bolas fáciles que los políticos responden hasta contentos. Un clásico de este defecto son las entrevistas a futbolistas a nivel de cancha: “Alexis, un partido complicado”... Otro vicio consiste en formular preguntas cuya respuesta sólo puede ser Sí o No: “¿Sabía del desvío ilegal de dinero?”, pregunta el entrevistador: “No”, responde el funcionario. “¿Es usted culpable?”: “No, soy inocente”. O preguntas generales: “¿Cuál es la política ambiental de su Gobierno?”. En vez de concretas: “¿Por qué construyó el Tren Maya sin una manifestación de impacto ambiental”?Cuando el político evade una pregunta casi nunca volvemos al punto. La poca resistencia que oponemos facilita que el poderoso se vaya por la ramas. La pregunta importa, pero importa más la repregunta. Los hombres y mujeres en el poder se sienten cómodos con este modelo de periodismo sin preguntas. Nada los incordia, dueños de la última palabra. Ven al periodista como simple amplificador de su discurso monopólico. Sin embargo, cuando ese guion cambia, se enojan, se salen de sus casillas, agreden y descalifican. La entrevista a Claudia Sheinbaum que se viralizó hace unos días es un ejemplo virtuoso del periodismo que necesita este país. El reportero tabasqueño Hugo Triana le preguntó si sabía quién había colocado los espectaculares a su nombre en toda la ciudad. Ella respondió que sus simpatizantes. El periodista le repitió: “En el caso de Tabasco, ¿quién los puso?”. Ante la insistencia, Sheinbaum le reclamó: “No sé por qué tanta violencia, estamos acostumbrados a tener una conversación normal, tranquila”. Triana partió del sentido común: ¿cómo es posible que ninguna “corcholata” sepa de dónde salieron cientos de espectaculares ilegales que inundan el país? Hace poco Marcelo Ebrard enfureció en Puerto Vallarta ante la periodista Susana Carreño, que le preguntó sobre su papel en el cartel inmobiliario de la CDMX a partir de un reportaje difundido por una revista: “¿Quién te mandó?”, la increpó el ex canciller y se negó a responder. “¿Por qué?”, repreguntó Susana. “Porque no”. ¿Qué esperaba Ebrard? Seguramente hubiera preferido una pregunta sobre el clima vallartense. Si la clase política enfrentara uno o dos de estos momentos todos los días, el cinismo sería un deporte más costoso. Pero están acostumbrados a tener una conversación normal, tranquila. jonathan.lomeli@informador.com.mx