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Parteaguas en Guadalajara

Por: Martín Casillas de Alba

Parteaguas en Guadalajara

Parteaguas en Guadalajara

En medio del calor y las lluvias tempraneras, como las que caen en esta época del año, me acordé que el 15 de mayo de 1888 llegó por primera vez el ferrocarril a la ciudad de Guadalajara para que, a partir de ese día, se pudieran comunicar con la capital y, más adelante, con el mundo. Paradójicamente es el día de San Isidro, el santo al que le piden que quite el agua y ponga el Sol aunque, todo lo que deseamos en estos días es que sea al revés. Por supuesto que por la tarde de ese 15 de mayo cayó una tormenta anunciando el ansiado tiempo de aguas.

Busqué las crónicas de esos días para incorporarlas a Las batallas de General (Planeta, 2002), cuando Ramón Corona era gobernador de Jalisco y había logrado, durante su gobierno, que llegara el tren y fuera un parteaguas en Guadalajara.

La locomotora llegó con seis carros Pullman y otros tantos de primera clase con doscientos cincuenta pasajeros entre invitados y periodistas. Por el oriente, la negritud anunciaba la lluvia como las que caen a finales de la primavera en Guadalajara para que se fuera refrescando el ambiente. Logró que se desbandaran los que asistían al evento. Para esas horas, ya era una romería.

Esa noche hubo una serenata con la banda de Lorenzo Santibáñez del 27° batallón y la de la Escuela de Arte de don Clemente Aguirre. Al día siguiente, el gobernador de Jalisco ofrecería, en el Palacio de Gobierno, un banquete de bienvenida a sus invitados, entre ellos, los que habían apoyado la realización del tramo Irapuato-Guadalajara. Por la noche habría un baile de gala en el Teatro Degollado y dos días después, Mary Ann McEntee, esposa del gobernador, ofrecería una tamalada en una huerta de San Pedro Tlaquepaque.

Al mediodía del 16 hubo concierto en el Degollado con Félix Bernardelli como director y un programa que incluía algunos solos de violín y otras piezas para los solistas Benigno de la Torre y Tula Meyer, sin que faltara la participación de la invitada especial, la soprano Lola Andrade.

Un mes antes habían empezado las reuniones de los diferentes comités para las fiestas de inauguración y el baile en el Degollado, reuniones que se llevaban a cabo en la casa de don Manuel Fernández del Valle, a espaldas de la Catedral, donde se reunían los amigos para discutir el programa, el menú de la cena, los vinos y la música.

Manuel Corcuera discutía con Francisco Martínez Gallardo lo que sería el ambigú: Francisco proponía que se sirviese como plato fuerte un blanco de Chapala y Salvador Cañedo prefería unos filetes de res con salsa de chile pasilla.

Los hermanos Verea, Luis y José, planeaban la recepción y la estrategia para los invitados que llegarían en el ferrocarril el 15 de mayo. Para eso, revisaban quiénes se alojarían en el Hotel o en las villas de San Pedro, para considerar el transporte y los carritos de mulas que iban y venían de San Pedro al centro.

Eduardo Collignon, encargado de la música para el baile, proponía que fuesen primero los valses, pero Octaviano de la Mora prefería las mazurcas, antes que se diera ese fluir de las parejas alrededor del salón redecorado para la fiesta.

Eduardo Prieto, Senén Palomar e Ismael Palomino querían abrir las puertas que daban al patio para refrescarse con la fuente de cantera y olieran al huele de noche, que se había trepado por los muros. Todo parece que los visitantes se quedaron muy bien impresionados de los tapatíos como anfitriones y de la belleza e ingenio de sus mujeres.

Lástima que desde hace unos veinticinco años dejó de operar el Pullman, donde mi padre me enseñó a viajar y donde había un despertar sorpresivo, con otro paisaje y clima diferentes y un desayuno en una mesita pegada a la ventana, asombrado, saboreando un café caliente y los mejores hot cakes del mundo.

Martín Casillas de Alba

malba99@yahoo.com

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