Lunes, 25 de Noviembre 2024

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Paleta multicolor o tono único

Por: Augusto Chacón

Paleta multicolor o tono único

Paleta multicolor o tono único

Tal parece que el Poder Ejecutivo sin mayoría en el Congreso pierde su atractivo y su capacidad para hacer, así que es necesario redefinir la política: batuta para conducir las mayorías, las propias por supuesto. Desde esa noción, quienes sueñan con regir en el país y en los estados, piden a los potenciales votantes: en las boletas marca todo a favor de mi partido, vota por mis (y el posesivo es justo) diputadas, por mis diputados y mis senadores; el mensaje implícito, o de plano explícito, es: así podré hacer mi regalada gana, porque nada más bonito y manejable que la democracia unipersonal.

Qué importa la representación que los legisladores deben hacer de los intereses y anhelos de los ciudadanos, si la presidenta o el gobernador pueden tener el presupuesto según deseen y crear, cambiar y abrogar leyes, y hasta las respectivas constituciones, a su antojo; además se evitan la monserga de que unos ajenos y opositores revisen con criterios de transparencia y rendición de cuentas lo que hacen con el dinero que no les pertenece. Es un alivio para la nación que los mandatarios sepan conjugar el verbo mayoritear, creado por la jerga política mexicana, el vocablo sugiere que el triunfo en las urnas contiene una especie de infalibilidad papal: lo que ellas y ellos solos piensen y decidan será bueno para cualquiera, por lo que es imperativo que allanarles el camino, removiendo tareas estorbosas, como el tener que dialogar con todos y llegar a acuerdos, no le hace que con ello se margine la voluntad de pluralidad de la gente.

Pero la ambición unicolor de los aspirantes al Poder Ejecutivo federal o estatal no surge únicamente de su irrefrenable pulsión autoritaria, la genera la necesidad de contar con un antídoto para la irracionalidad que distingue a tantas, a tantos de los legisladores, a los que aún menos que al presidente y a los gobernadores les interesa lo que las personas requieren y piensen, una vez que su partido no colocó a su candidato en el poder, su única misión es evitar que quien ganó, haga su trabajo y si consigue hacer algo, derruirlo. Tenemos una muestra: los diputados y senadores de Morena, del PT, del Partido Verde, mujeres y hombres, no tienen empacho para clamar en la tribuna o en entrevistas que su lealtad es con Andrés Manuel López Obrador o con “la cuarta transformación”, que es lo mismo. Hace unos días, Ricardo Monreal exhibió su abyección cuando declaró que para una colega de afanes legislativos hablar mal del presidente fue invocar una maldición divina de funestas consecuencias.

Suponemos que Claudia Sheinbaum se imagina con fruición en control de este modelito tiránico, antidemocrático de necesidad; aunque igual no es así porque la mayoría por la que clama, con genes de Morena, realmente no le pertenecería, aunque esto es materia para otra reflexión. Pero especulemos que lo que dice en los mítines y en los spots es su credo: voten todo para mi partido para que ahora sí la Constitución y las instituciones que de ella emanan queden vueltos a imagen y semejanza del bajísimo talante moral y político que ella, el presidente y gente como Monreal, González Noroña, Yasmín Esquivel, Zaldívar y prácticamente todos los gobernadores que “les pertenecen”, han exhibido estos cinco años y medio. En corto, pide que, mediante un acto democrático, el voto de los ciudadanos, ella con sus cómplices pueda actuar antidemocráticamente otro sexenio.

Independientemente de lo que suceda a escala nacional o estatal, la petición de uniformar a los congresos con el color del mandatario en turno equivale a una patente de corso, a cambio de la cual las y los habitantes de México y de Jalisco no recibirán algo sustancioso, digamos para elevar su calidad de vida, su seguridad o el grado de participación en los asuntos comunes. Para no ser fatalistas, en todo caso el trueque es: patente de corso por el habitual y azaroso tirar el dado: no hay manera de prever con certeza que quien resulte electo o electa vaya a ser un buen gobernante, como puede que sí, puede que no, aunque la historia enseña que el dado ha caído casi siempre en el no. ¿Estamos para conformarnos con que el próximo gobernador o presidenta tenga para sí una mayoría domesticada?

El ansia despótica de López Obrador, con la devastación del estado de derecho e institucional y el militarismo que trajo aparejados, no están para que muchos quieran continuar la aventura letal, otros tantos sí, y es terrible, dentro de no tanto padeceremos sus secuelas más dañinas. Esta conclusión nos lleva a mirar lo que se cierne sobre Jalisco; el candidato puntero en las encuestas serias, Pablo Lemus, solicita encarecidamente a los electores que tiñan de naranja los dos poderes en liza, el Ejecutivo y el Legislativo, y las más alcaldías posibles. Por aquello de la patente de corso, se antoja negarle el gusto, pero, por otro lado, el modo Morena, su principal contendiente, ha mostrado, como ya dijimos, que su único afán, la sola ley a la que se atienen, es servir a López Obrador, por lo que es claro que no serían, Morena y sus secuaces, la oposición que Jalisco, que toda democracia requiere. Aunque, tenemos lo que va de esta administración de un anaranjado intenso ¿este color ha sido propicio para la gobernabilidad y la gobernanza, para la rendición de cuentas, para la división de poderes? ¿Para la seguridad y los servicios públicos? Son preguntas porque se trata de que lo que marquemos en la boleta sea consecuencia de una decisión libre y personal, en diálogo con la realidad y la experiencia política que a cada cual concierna, en el entendido de que esa realidad, el 3 de junio, seguirá ahí, más dependiente, para que mejore, del involucramiento de las y los ciudadanos que de la intervención de los gobernantes.

agustino20@gmail.com

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