No nos equivoquemos: la estrategia de López Obrador de combate a la corrupción no es jurídica, es mediática y política. Y mientras los acusados se defienden de posibles acusaciones, el presidente mete goles en el campo de la percepción con una agilidad inusitada. Podemos discutir todo lo que se quiera sobre la ineficiencia gubernamental, que en eso es peor que Fox, pero la tribuna está feliz.La forma en que el gobierno ha escalado la persecución a los miembros de la administración de Peña Nieto es impecable. Comenzó con peces de tamaño medio y con los que tenía particular deseo de venganza: Juan Collado y Rosario Robles. Lo primero fue meterlos a la cárcel, haiga sido como haiga sido, con jueces a modo y delitos aparentemente menores. Luego fueron por Emilio Zebadúa, a quien convirtieron en testigo protegido para subirle los cargos a Robles Berlanga y cuando el agua le llegó a los aparejos a la ex secretaria orquestadora de la “Estafa Maestra”, porque la acusaron de delincuencia organizada, ésta también se acogió a los beneficios que le otorga colaborar con la justicia y acusó al ex secretario de Hacienda y mano derecha de Peña Nieto, Luis Videgaray. Eso sí, dejó muy claro que ella no señala para nada al ex presidente: ese privilegio de la traición se lo dejará íntegro al ex secretario de Hacienda que para salvar su cabeza tendrá que entregar la de Peña.Más allá de quién termine en la cárcel y de la certeza de que no vamos a recuperar un peso de este entramado de corrupción, lo que está logrando el presidente López Obrador es no sólo que hablemos del pasado corrupto y no del presente ineficiente, sino que además le está pegando al PRI por debajo de la línea de flotación: cualquier priista con instinto de sobrevivencia sabe que es el momento de abandonar el barco que se hunde y pedir asilo en el partido del presidente. Lo que está construyendo López Obrador es una versión 2.0 del bipartidismo del que tanto se habló en los ochenta y noventa y que justamente fue el PRD, en el que militaba el hoy presidente, el partido que rompió con esa inercia. Dinamitados el PRI y el PRD, lo que quedará serán esos dos bandos con los que sueña AMLO: los liberales, liderados por él, y los conservadores, agrupados en un maltrecho PAN desarticulado y bocabajeado. Enfrentar a los priistas unos contra otros, ponerlos contra las cuerdas y usar a Santiago Nieto como ariete, no para hacer justicia sino para provocar miedo, le está dando resultado. De justicia luego hablamos.diego.petersen@informador.com.mx