Otto regresó a su natal Jalisco después de haber estudiado en el Colegio Alemán de la Ciudad de México y haberse convertido en arqueólogo ya notable, por sus trabajos en el sur de Jalisco bajo la dirección de la muy prestigiada Doctora Isabel Kelly. Obviamente, había pasado por la Escuela Nacional de Antropología (ENA) y el INAH, escaso entonces de personal bien calificado, no lo dejó escapar.Pero la voz del terruño lo jaló y, cuando se abrió el Centro Regional de su institución, no tardó mucho en aceptar la invitación de trasladase a Jalisco con todo y chivas. En consecuencia, a principios de 1974 ya era vecino de Guadalajara y comenzaron entonces los estudios verdaderamente arqueológicos.Claro que no resultó tan fácil, pues de inmediato se pusieron en su contra unos “piratas” de esta disciplina que entonces la monopolizaban y se sentían dueños de ella.En su ignorancia supina, primero lo acusaron de extranjero que invadía terrenos que desconocía y no le correspondían, desplazando a mexicanos de pura cepa. Evidentemente que los “sabios” locales nunca habían leído trabajos serios sobre el Occidente de México, del que se presumían conocedores, pues de otro modo habrían sabido de quien se trataba: que era jalisciense por nacimiento y nunca había roto su cordón umbilical, de manera que desde el principio de su carrera se dedicó a nuestra región. El caso es que su parecido con Abraham Lincoln y sus apelativos lo hacían parecer extranjero recién llegado, a menos de que lo oyeran hablar y, sobre todo, pontificar sobre nuestra tierra. Me tocó ser su compañero de viaje una vez que, regresando a Guadalajara desde la frontera norte, unas preclaras autoridades no lo dejaban pasar.Escuso decirles la calidad de los conocimientos que predominaban aquí, cuando él llegó, pero no tardó en imponerse y, sin violencia, arrinconar a los sabios preexistentes. Ahí, como dije, empezó la verdadera arqueología jalisciense, aunque lamentablemente luego fue reforzado por algunos arqueólogos de escaso IQ, que no le ayudaron, vale decirlo, sin embargo a manera de hormiguita él fue haciendo su chamba.Aprecié mucho su valía cuando, junto a Federico Solórzano y Ambrosio Guzmán, poblano, nos echamos al hombro la tarea de rehacer de pies a cabeza el Museo Regional de Guadalajara, cada quien en su terreno, pero coordinando y complementando los esfuerzos. Gracias a ello terminamos a tiempo razonablemente bien, aunque después, Otto y Federico alcanzaron a pulir un poco más lo que se había realizado. Yo tomé otro camino… No viene al caso pretender aquí una síntesis de la obra de Schöndube, pero sí se debe concluir diciendo que, en especial el Sur de Jalisco le debe lo mucho que se sabe; algo muy importante, los sabios y diletantes no volvieron a asomar sus narices en su territorio. Otto nació prácticamente en el INAH y murió el pasado 30 de diciembre. No cabe duda de que su muerte deja un hueco profesional y un fuerte dolor a quienes lo estimamos.jm@pgc-sa.com