No contesto ocurrencias. La lacónica respuesta del gobernador Enrique Alfaro cuando le preguntaron si tomarían en cuenta la opinión de expertos sobre medir la calidad del aire en los salones de clase, como se hace en muchos países, se hizo viral y se convirtió en la comidilla en redes sociales. ¿Quién decide qué es una ocurrencia y qué no? O si se prefiere, ¿quién decide cuáles son temas que merecen la atención de la opinión pública? Esta pregunta ha sido el campo de batalla entre políticos y periodistas a lo largo de los años. Es la lucha por la agenda pública.Alfaro no es el primer gobernador que busca imponer qué se debate en los medios y qué no. Todos de alguna u otra forma lo han intentado. Ni siquiera es el primero que explícitamente se enfrenta con los medios por definir los temas de debate; el también gobernador de Jalisco Francisco Ramírez Acuña lo intentó con aquella tronante declaración de “A mí nadie me impone la agenda”. Tampoco pudo. La razón por la que ninguno lo logra es justamente porque los periodistas sabemos que cuando un tema molesta al poder hay información por descubrir. Algunas veces será, citando a otro ex gobernador de Jalisco, Alberto Cárdenas, “nomás por joder”, porque así es la relación entre prensa y poder.Si hay alguien ocurrente no son los periodistas sino los políticos. Alfaro tiene varias “ocurrencias” en su lista, como aquella de que habría que desmontar las vías de la Línea 3 para cambiar los famosos neoprenos o que la construcción de un tramo del acuaférico resolvería el problema del abasto de agua, cosa que evidentemente no sucedió. Pero mas allá de la batalla por las ocurrencias la pregunta es para qué quiere el gobernador dar una rueda de prensa semanal si cada semana la nota terminará siendo el enfrentamiento o regaño en turno.Aceptando que siempre habrá ocurrencias de uno y otro lado, porque tanto el oficio del periodista como el del político implica un roce cotidiano y cambiante con la realidad, uno de los signos de salud de la democracia es que el gobernante en turno no tenga el monopolio de la discusión pública. Nadie ha estado tan cerca de esa monopolización como el presidente López Obrador, que dedica a ello la mayor parte de su energía y de su capital político a través de la Mañanera y, para bien de todos, tampoco lo ha logrado. Un gobernante puede abstenerse de responder cuando se trata de tomar posiciones políticas y puede decir no tengo a la mano los datos y remitir la pregunta con un funcionario del gobierno cuando se trata de políticas públicas específicas de un área. Lo que no puede y no debe es calificar las preguntas simplemente porque le son incómodas o no le caen bien. Más temprano que tarde el gobernante terminará perdiendo la guerra de las ocurrencias.diego.petersen@informador.com.mx