Domingo, 22 de Septiembre 2024

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Nuevos modos o ni modo

Por: Augusto Chacón

Nuevos modos o ni modo

Nuevos modos o ni modo

En el imaginario que aún delinea utopías quedan rescoldos de una noción, silvestre, sí, de grupo político: conjunto de personas que se asocian porque sus convicciones, políticas, sociales y económicas son similares y porque suponen que en conjunto harán que otros, el país o un estado, las abracen también, pues para ellas y ellos representan la vía para solucionar los problemas comunes y acceder a un futuro mejor. A los grupos políticos que hemos conocido a través de la lupa potente que es la vulgaridad de sus hechos los podríamos definir así: conglomerado de individuos, sin distingo de género, a los que une la posibilidad de detentar poder y acceder a sus concomitantes, dinero, influencias, fama; carácter que invita a postular: sin poder no hay grupo político, de lo que se desprende una consecuencia: no hay grupo político que no surja de una traición, porque, hay evidencias, afanarse por el poder corroe convicciones y lealtades. Aunque tal vez el término corroe resulte fuerte, usemos un término suave: el poder, su uso o la mera búsqueda de él, reencausa convicciones sociales, políticas y económicas, las dota de un sentido pragmático y egoísta.

Para que el argumento anterior sea eficaz en todos los casos, impone a la noción grupo político, sean los creados alrededor de una convicción o los aglutinados por intereses ordinarios, una conformación de individuos con una relación de igualdad. Si no es así, si el grupo forma un cono que en la parte superior contiene sólo a una o dos personas, aquella o aquel que rompe los acuerdos y que no es considerado par entre los que ocupan el vértice, no traiciona, solamente se insubordina y es echado del corro. De lo que se desprende una pregunta: un grupo político, reconocido así por la opinión pública, que es liderado, en el sentido estricto, por no más de una decena de personas, por más adeptos o súbditos que tenga ¿es un grupo político? No, ya que entre esos pocos priman intereses de los que cualquiera puede tener, sin necesidad de recurrir a ideales políticos, sociales y económicos, aunque usen estos en su mercadotecnia.

Parece que podemos desechar la idea de que en México dominan grupos políticos, en la acepción generosa y profunda de estos, quizá nombrarlos camarilla vendría mejor

Parece que podemos desechar la idea de que en México dominan grupos políticos, en la acepción generosa y profunda de estos, quizá nombrarlos camarilla vendría mejor. El poderoso Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) es una empresa que tradicionalmente se ha considerado como un grupo político, y no pretendemos que se deseche de la historia patria como tal, hacerlos es tarea de historiadores y politólogos, pero usarlo como ejemplo encuadra en esta reflexión: uno de sus cabecillas, Carlos Jonguitud Barrios (fue dos veces senador, gobernador de San Luis Potosí, etc.), formó un grupúsculo en el interior de ese sindicato, “Vanguardia Revolucionaria del Magisterio”, con el que al comienzo de los años setenta defenestró al secretario general Manuel Sánchez Vite, merced a la labor de su grupo y con cierta ayuda del presidente Echeverría. Atenidos a la noción vigente de grupo político, Jonguitud representaba uno, aunque las profesoras y los profesores y la educación le provocaran bostezos. Luego, una traición similar a la suya lo abismó: Elba Esther Gordillo, con el soporte del presidente Salinas, se encumbró en el sindicato, sin que la calidad de la educación en México y el magisterio experimentaran un cambio favorable; nadie se incomodará si afirmamos que ella es o fue la titular de un grupo político. La cuenta de grupos es amplia, dos muestras de las más mentadas y duraderas: el grupo UdeG, en Jalisco; el que comanda o comandaba Carlos Salinas, no olvidemos lo bien que le venía a la leyenda del grupo salinista la imagen de José María Córdoba Montoya; en ambas agrupaciones los anales registran traiciones y a decenas que fueron corridos, los sin fuerza propia para formar otro grupo.

De cuando en cuando, por las huellas que quedan en la densa atmósfera constituida por lo-que-se-dice, surgen grupos fatuos: prenden, atraen, se extinguen y no dejan rastro del tesoro; ahora mismo los hermanos Monreal amagan con tener montado uno; no olvidemos aquel de Manlio Fabio Beltrones con Emilio Gamboa. En fin, para solaz de la opinión pública y su imaginario proclive a la ficción que aviva sospechas, grupos políticos no han faltado; al menos no de los que irrumpen impulsados por una traición para actuar desde el poder público, uncidos a poderes fácticos y para servirse a sí mismos. De los otros, los de convicciones y bien común por delante ha habido pocos, suelen actuar un tanto al margen y su impacto es más bien moral, un ejemplo: el que se congrega alrededor del aura de Cuauhtémoc Cárdenas.

A partir del 1 de octubre en Jalisco, en dos de los municipios de la metrópoli Guadalajara, quizá estamos ante la emergencia entera de un grupo político, pero hagamos una precisión: en el lenguaje de los profesionales de la política no es correcto decir grupo, la expresión que emplean es: proyecto político, justo por lo que denota grupo. La manifestación de una voluntad política explícita de al menos dos, Pablo Lemus y Juan José Frangie, traducida en el gobierno de dos demarcaciones, merced a la calidad del trabajo que ese mismo proyecto hizo en Zapopan, pende sobre ese experimento la masiva y atractiva geometría del cono, que entraña al concepto de grupo político. Serán sus convicciones sociales, políticas y económicas, la lealtad y la amplitud igualitaria del equipo ¿repelentes del poder corrosivo? Por si no tuvieran suficiente con el trabajo que ofrecieron hacer a sus electores, habrá quienes observen su empeño para quebrar la inercia política que obliga a fundar camarillas para mero autoservicio.

agustino20@gmail.com

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