Se soñó con elecciones libres, se diseñaron instituciones electorales sólidas, se peleó por la equidad para las fuerzas en competencia, y luego nadie se puso a ejercer la democracia. Los gobiernos que fueron democráticamente elegidos no cumplieron con las expectativas de responsabilidad pública, los electores que adquirieron derechos no llenaron los zapatos de ciudadanos modernos y los partidos que ganaron competitividad no cumplieron con su papel de oposición ni de diseño de alternativas.No estoy refiriéndome al actual Gobierno, por lo menos no exclusivamente. Al menos los últimos tres gobiernos federales y muchos gobiernos estatales desde los años 90 caben en esta descripción. Los gobiernos, los electores y los partidos.Hay que reconocerlo para enmendarlo, primero. Y hay que decirlo en voz alta hoy más que nunca, cuando el Gobierno y sus voceros dicen a los cuatro vientos que por fin llegó la democracia al país.Nadie puede poner en duda que el Presidente de la República o que el gobernador de Jalisco o que el próximo mandatario de Baja California fueron elegidos en procesos democráticos. Con un sistema de partidos competitivos, con un ecosistema complejo de medios de comunicación (unos más libres que otros), con autoridades electorales confiables y con votos que cuentan. Sí, por ahí hay lunares, pero básicamente el entramado funciona.De ahí, a decir que esta es la primera vez que en México hay democracia hay un largo, sinuoso y equivocadísimo camino. Cuando Beatriz Gutiérrez Müller dice en la Cámara de Diputados que esta es la primera vez que se cuenta con un Congreso democrático no sólo hay que reírse, sino que es preciso señalar que ahora es cuando está en riesgo. La elección no es suficiente: las conductas democráticas y los demócratas en acción son los que construirán un país que aún no vemos.Destruir los organismos autónomos, fortalecer una red política federal paralela a los gobiernos estatales, decidir discrecionalmente sobre los recursos federales, cuestionar la validez y autoridad de la sociedad civil, menospreciar a los medios de comunicación y usar memoranda ejecutiva para librar obstáculos legislativos no son acciones propias de un demócrata. Son actitudes de restauración presidencial.No hablaré del riesgo futuro de eso: hablaré de las consecuencias que ya tuvo. La Ciudad de México fue uno de los bastiones de la construcción de la democracia mexicana. No sólo por la alternancia (de hecho, en ello le ganaron otras entidades, entre ellas Jalisco), sino por la fortaleza de su ciudadanía. Los chilangos ganaron a pulso el espacio público fortaleciendo partidos alternativos, debates sobre derechos, manifestaciones libres y masivas en la calle. ¿Qué fue de todo eso? Eso que comenzó en el ya lejano 68, que se delineó en los 80 y se consolidó en un cambio de Gobierno hacia la izquierda en el 97 y el 2000?Les diré: los bandos sustituyeron al Legislativo, las clientelas a los ciudadanos, los caciques a la sociedad civil, la lealtad a los combativos militantes de izquierda. Los fideicomisos sustituyeron a la rendición de cuentas y los partidos se volvieron testimoniales. Nos hicieron falta demócratas al dejar atrás al PRI. Igual que hoy.