La historia de la integración de Norteamérica debe comenzar por identificar con claridad a sus protagonistas, sus antagonistas y la narrativa que, si se maneja con prudencia y visión, puede llevar a un desenlace positivo para todos. En este proceso, resulta crucial rechazar la tentación de construir un antagonismo artificial entre los países miembros y abandonar el enfoque transaccional que promueve una visión competitiva e incluso rival. Las circunstancias actuales y el mandato legítimo otorgado por las urnas a los gobiernos de Estados Unidos, Canadá y México presentan una oportunidad única para reforzar una alianza estratégica, centrada en el bienestar de sus pueblos y el fortalecimiento de sus democracias.Los verdaderos protagonistas de esta historia no son los gobiernos o las instituciones, sino los casi 500 millones de ciudadanos que componen el bloque económico más importante del mundo, los cuales, a través del voto, han expresado su deseo de vivir en sociedades prósperas, justas e integradas. El mandato democrático de los gobiernos de la región debe ser entendido como un compromiso con el bienestar de los ciudadanos, lo que implica una acción coordinada para reducir las desigualdades, mejorar las oportunidades y garantizar una distribución equitativa de los beneficios de la integración económica.En este escenario de integración regional, los verdaderos adversarios no son las otras grandes economías del mundo, sino las desigualdades estructurales que aún persisten dentro de la región. A pesar de que Norteamérica representa uno de los polos de mayor desarrollo y riqueza en el planeta, sigue siendo un espacio donde la pobreza, la falta de acceso a la educación y la inseguridad socavan la estabilidad social y económica. La migración, la violencia, la exclusión social y las disparidades económicas son fenómenos que no solo afectan a México, sino que tienen repercusiones en toda la región.A lo largo de las últimas décadas, los gobiernos de los tres países han implementado políticas destinadas a fomentar la integración económica y mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, pero los resultados siguen siendo desiguales. México, por ejemplo, ha hecho avances significativos en términos de crecimiento económico, pero persisten desafíos enormes relacionados con la violencia, la pobreza y la inseguridad. En este sentido, los tres países deben trabajar juntos para implementar políticas más inclusivas, basadas en la creación de oportunidades laborales, la mejora de los sistemas educativos y la promoción de un desarrollo económico que beneficie a las comunidades más vulnerables.Este desafío común ofrece una oportunidad histórica para fortalecer la cooperación dentro de Norteamérica. Si bien los avances en términos de interconexión económica son indiscutibles, es necesario profundizar en las políticas de inclusión social, que permitan que los beneficios de la globalización lleguen a todos los sectores de la población. Como bien señala O’Neil, la cooperación regional no solo debe centrarse en aspectos económicos, sino también en la creación de redes de seguridad social y la integración de las economías informales en el proceso formal de desarrollo.La cooperación en sectores como la tecnología, las energías renovables, la biotecnología y la inteligencia artificial será determinante para consolidar el liderazgo de Norteamérica en el siglo XXI. Es imperativo que los tres países trabajen juntos en la creación de marcos regulatorios comunes que favorezcan la innovación y, a su vez, que implementen políticas que fomenten una transición hacia economías sostenibles y resilientes. Este esfuerzo conjunto en la innovación y sostenibilidad puede generar las condiciones para un crecimiento inclusivo y equitativo, alineando la prosperidad económica con los desafíos globales del cambio climático y la justicia social.La relación bilateral entre México y Estados Unidos, a pesar de los episodios de tensión y desacuerdo, sigue siendo una de las más importantes y profundas del mundo. Con más de 370 millones de cruces anuales en la frontera más transitada del planeta, el comercio entre ambos países alcanzará pronto el trillón de dólares al año, consolidando a México como el principal socio comercial de Estados Unidos. Sin embargo, la relación también está marcada por desafíos persistentes, como la migración, el narcotráfico y el tráfico ilegal de armas. Si bien la cooperación en materia de seguridad y control de fronteras ha sido una constante, los avances en estos temas han sido limitados. La creación de una política migratoria regional integral, que respete los derechos humanos y fomente la inclusión, debe ser una prioridad para los tres países. La coordinación de políticas en materia de justicia criminal y el fortalecimiento de las instituciones democráticas en la región son esenciales para abordar estos problemas de forma efectiva.Por todo lo anterior la integración de Norteamérica debe ser entendida no solo como una cuestión económica, sino como una alianza estratégica que abarca todos los aspectos de la vida social, política y económica. A pesar de los desafíos que aún persisten, la región cuenta con un potencial inmenso para avanzar hacia un futuro común de prosperidad compartida. Norteamérica tiene la oportunidad de consolidarse como una región líder en el siglo XXI, que no solo compita, sino que también lidere en un mundo cada vez más interconectado y complejo.luisernestosalomon@gmail.com